Para encontrar algún rastro del poder valenciano en el Gobierno de Rajoy, los periodistas del terreno han tenido que hacer un complicado ejercicio de investigación, rebuscando en el curriculum de los ministros alguna antigua novia de Benigánim, una esporádica participación como cabo de escuadra en las Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy o una breve estancia como inspector de Hacienda en Castellón. La composición del gabinete del PP deja muy claro algo que muchos ya venían sospechando desde hace tiempo: la Comunitat Valenciana apenas pinta nada en el conjunto de la política nacional.

Resulta sorprendente que se haya llegado a esta situación precisamente con una administración del PP, un partido que en este territorio autonómico lleva casi dos décadas de victorias continuadas, hasta convertir estas tierras en uno de sus principales graneros de voto. Las gentes de Rajoy ni siquiera se han molestado en cubrir las apariencias y han dejado fuera de su cúpula de mando hasta el mismísimo González Pons, un hombre que desde hace unas semanas forma parte de la tristísima cofradía de los exministrables.

Aunque los analistas intenten explicar este agravio a través de complicados ajustes entre familias políticas y grupos de poder, las cosas son mucho más simples. La ausencia de representantes valencianos en los centros de decisión de la política española es el resultado inevitable del acelerado proceso de desprestigio que ha envuelto a esta autonomía en los últimos tiempos. En solo unos años, hemos pasado de asombrar al mundo con nuestras carreras de coches y con nuestros pabellones de Calatrava, a tener a un expresidente sudando sangre en un juzgado y a ver cómo nuestras cajas de ahorro se convertían en un ejemplo mundial de desastre financiero. En solo unos años, hemos pasado de ser un ejemplo de gestión brillante y espectacular, a la necesidad de que el Gobierno nos rescate para poder pagar los sueldos de los funcionarios.

Si la política española fuera una familia, a la Comunitat Valenciana le correspondería ahora el papel del tío soltero y tarambana; ese personaje pintoresco que se emborracha siempre en la cena de Nochebuena, al que los hermanos le han de hacer un préstamo, porque se ha gastado lo que no tiene en viajes al Caribe y en coches de alta gama para pasear a su inagotable catálogo de novias.

En estos precisos momentos, cuando el perro de la crisis nos muerde el culo con inusual violencia y a los gobiernos se les exige seriedad y rigor, los políticos valencianos no son buenos compañeros de viaje para nadie. Cualquier gobernante que quiera actuar con un mínimo de ejemplaridad está obligado a huir de una gente con una hoja de servicios marcada por la irresponsabilidad y por la alegría suicida en el manejo del dinero público.

Posdata. De momento, a la vista de la sabia decisión de Mariano Rajoy, los únicos que podremos seguir "disfrutando" de las excelencias de los políticos valencianos seremos los habitantes de estas sufridas tierras. Al fin y al cabo, nosotros les hemos votado y somos en parte responsables de sus hazañas.