No tartamudeó. A nadie le hubiera sorprendido que apareciera engalanado con uno de sus uniformes militares. El discurso del Rey puso a prueba su legendario olfato político €reivindicó sus «36 años» en La Zarzuela, tantos como Franco en El Pardo€. Sólo podía hablar en contra de Urdangarín o callar a favor de su yerno. Lo descuartizó y lo entregó al juez. Por primera vez, se refería a sí mismo al clausurar un año «difícil y complicado para todos». Nunca antes había huido con tanta furia del eufemismo. Reservó el doble lenguaje para aludir a «los vecinos de la orilla sur del Mediterráneo». No procede hablar de «árabes», en el décimo aniversario del 11-S.

Escenográficamente, en La Zarzuela se ha montado el belén. El Rey homenajeó póstumamente a Zapatero, al situarlo a la altura de Rajoy en la foto a su izquierda. Era sólo la primera bofetada al PP. Al hablar del daño a la «credibilidad y prestigio de algunas instituciones», a cargo de las conductas indignas «que no se ajustan a la legalidad o a la ética», cargaba indistintamente contra Urdangarin y Camps. De ahí que, en las reacciones balbuceantes al discurso, Cospedal se centrara en las excepciones al «comportamiento poco ejemplar». La polvareda ha ocultado una frase revolucionaria, «es natural que la sociedad reaccione» ante la corrupción. No importa decidir si avalaba a los Indignados, sólo recordar que esa concesión populista no figura jamás en los labios de un monarca.

La sentencia real establece que «la justicia es igual para todos», ya que la ley es desigual para todos. Así selló el mejor discurso de su reinado. Esperamos algo similar de Rajoy, sin suerte. El Rey restañó los excesos contra Zapatero, se adelantó a plantar cara a la soberbia del PP, hundió a Urdangarin y desactivó su onda expansiva. En lo morboso, decretó a la «familia clave en la estabilidad social». Siempre que no sea como la suya, donde anidan más tendencias y tensiones que en un partido político. Sólo falta determinar la cuota del discurso escrita por el Príncipe, y si el dedo sin alianza matrimonial apuntaba contra la Reina.