El insultante comunicado de Iñaki Urdangarin es el mayor torpedo disparado contra la Corona española desde su restauración, en dura competencia con la desafiante portada de ¡Hola! donde la Reina posa junto a un presunto implicado. Sin embargo, el yerno ventajista del Rey no pone en peligro a la monarquía, sino al concepto trasnochado de Familia Real. Una de los tres vástagos de esa entidad se ha divorciado, la otra mantiene a un pícaro al borde de la imputación penal por aprovechamiento de su rango, y ninguno de los Reyes alberga la mínima simpatía por la esposa del heredero, a la que culpan de la inoculación del germen disolvente del tinglado.

El apartamiento de Urdangarin dista de resolver la situación. No hay que desvincular al codicioso empresario de la Familia tras la que se refugia para exigir sumisión imperial y ausencia de críticas. Al contrario, se trata de reforzar esa entidad de teleserie, una creación paralela a los famosos bancos tóxicos que almacenan los activos invendibles. A continuación, y si La Zarzuela todavía alberga algún interés por el mantenimiento de la monarquía, el foco se centrará en un Rey sin más distracciones familiares que el imprescindible heredero, sobre el que pivota tan peculiar sistema sucesorio.

Urdangarin se invistió en su comunicado de la inviolabilidad del Rey, un desplante que ha acelerado la urgencia de lanzarlo por la borda. Como en todos los casos de corrupción, cabe preguntarse qué sabrá el duque para desplegar tamaña arrogancia. El yernísimo no es una víctima ni un Lady Di pero, si la supervivencia de las grandes entidades financieras no está garantizada, cómo va a estarlo la fórmula de gobierno de una potencia de tercer nivel. El secreto de la monarquía española ha consistido en actuar como si tuviera menos poder del que atesora en realidad. En un error de cálculo, se comporta ahora como si dispusiera de un poder mayor que el asignado constitucionalmente. Y también más dinero, aunque sus miembros espabilados lo hayan obtenido sin ánimo de lucro.