Si quisiéramos conocer el origen de los "Moros y Cristianos" en Alicante, no tendríamos más remedio que viajar hasta el estío de 1691, concretamente hasta el mes de julio, fecha más antigua contrastada de dichas celebraciones en nuestra ciudad. En aquella ocasión, los festejos se sucedieron como conmemoraciones honoríficas a la canonización de San Juan de Dios y San Pascual Baylon.

Años después, ya entrada la centuria del 1700, la fiesta se acabaría consolidando como acompañamiento de "bodas reales, nacimientos de príncipes, coronaciones y victorias militares", sin tener ni una periodicidad fija ni una ubicación determinada, aunque nos da la sensación de que siempre estuvo sujeta a devenires o efemérides religiosas.

Que el Infante Don Alfonso de Castilla reconquistó esta ciudad a los árabes cuando aún no era ni Rey, ni Décimo, ni Sabio, es algo que no osaría jamás poner en duda; del mismo modo, sería impensable negar que aquella expulsión étnica, supuestamente "pacífica", forjaría los pilares de la actual fiesta de "moros y christians", quizá la celebración lúdica más antigua de Alicante con permiso "dels nanos i gegants".

Aquella vinculación del futuro Monarca de Castilla con nuestra ciudad, serviría de base a una cabalgata organizada por el Cronista Oficial de la época, Don Rafael Viravens y Pastor, en el año 1878. Se llamó la "Cabalgata Histórica de Doña Violante y Alfonso X El Sabio", que casi un siglo después Gastón Castelló incorporaría temporal y tenuemente a las fiestas de Hogueras, recorrió las calles más importantes de nuestra ciudad, al son de la "dolçaina i el tabalet" y vigilada, como no, por la imagen de la omnipresente Santa Faz. Del mismo modo, se hizo un simulacro de invasión y desembarco sarraceno en nuestras costas "más resultó fallido por la defensa cristiana (É) Al final, vencedores y vencidos se dirigieron juntos al Consistorio para celebrar juntos el resultado". Todo un alarde de "juego limpio".

Sin embargo, cuenta la leyenda hecha historia -o la Historia hecha leyenda, quien sabe-, que al año siguiente, ante la precaria situación económica de nuestras arcas, se decidió suprimir el desembarco de las fiestas estivales por resultar excesivamente costoso, aunque no la cabalgata de Don Alfonso X el Sabio. Y fue entonces cuando surgió un incidente que tantos años después, ya convertido en mito o realidad, nos produce sonrisa y chascarrillo a partes iguales: ante la imposibilidad de encontrar actriz que quisiera o estuviera a la altura de interpretar a la Reina Doña Violante, esposa de nuestro literato monarca, Viravens vióse obligado a contratar a una prostituta "de reconocido prestigio y fama local", que ante las mofas y burlas de los asistentes durante su recorrido, se despachó a gusto al son de "iros todos a la perrera".

Llegando a desconocer a ciencia cierta la veracidad de esta trifulca, lo destacado fue que para algunos periódicos conservadores de antaño -los más afines al propio Cronista Viravens-, aquellas primeras cabalgatas sacaron "a Alicante de su postración por unos días"; otros, obviamente los de ideología más progresista, calificaron a nuestro ilustre escribiente como "Cronista de Barrabás", definiendo la festividad como un "mamarracho" y pidiendo que el propio Viravens fuera encarcelado por "desprestigio de las instituciones monárquicas".

No creemos que aquello alterara en exceso el día a día de los compungidos ciudadanos -bastante preocupados ya de por sí con sus respectivas inquietudes personales-, ni supusiera un prejuicio para el trabajo del propio historiador, que años antes había publicado un trabajo sobresaliente: su "Crónica de Alicante". Por el contrario, consideramos que el bueno de Don Rafael, tan pulcro, sencillo y minucioso, prosiguió con su devenir en el cargo sin mayores problemas, hasta que el 5 de febrero de 1886 cesó a petición propia por quedarse "inútil de la vista". Poco tiempo después, fue elegido Concejal por el distrito de San Antón, llegando a ejercer de Primer Teniente de Alcalde y demostrando, una vez más, que la "buena vista" y la política se dan la espalda mutuamente desde tiempos remotos.

Como nos contaba Don Enrique Cerdán Tato, Rafael Viravens y Pastor moriría el 15 de marzo de 1908, siendo enterrado en una capilla privada situada en su vivienda de la calle Labradores. Veintitrés años más tarde, un 11 de mayo de 1931, "sus restos, junto con los de su familia, fueron trasladados al Cementerio Municipal". Hoy, por desgracia, están desaparecidos en el Camposanto a todos los efectos. Irónicamente, durante su faceta política, Viravens había desempeñado la presidencia de la Comisión de Cementerios.

Cosas de la vida... o de la muerte.