Después de practicarle al occiso una de las autopsias más largas y cruentas que se recuerdan, el cadáver de Caja Mediterráneo puede empezar por fin a ser embalsamado con vistas al entierro que se celebrará, dios mediante, cuando allá por los idus de marzo Bruselas dé el placet a su absorción por el Banco Sabadell. Para entonces estaremos tan agotados que seguramente nadie irá al funeral. Requiescat in pace.

Las cifras de la operación aprobada el pasado miércoles por el Fondo de Reestructuración y Ordenación Bancaria (FROB) y el Banco de España, en lo que ha supuesto el mayor rescate de una entidad financiera en la historia, son mareantes en euros, no digamos ya si tradujéramos a pesetas, donde casi todos los epígrafes tendrían que expresarse en billones. Las ayudas para sanear la caja suponen 5.249 millones de euros y la denominada cartera problemática se calcula en otros 24.000 millones, de los que el esquema de protección pactado para que el Sabadell se quedara la entidad cubriría el 80% de las pérdidas que pudieran producirse en los próximos diez años, corriendo por cuenta del banco catalán el 20% restante. Ese es el test de estrés extremo (en términos financieros, no es posible que todos los activos conflictivos se conviertan en fallidos), pero en cualquier caso la fórmula empleada ha hecho recaer la totalidad del coste sobre el Fondo de Garantía de Depósitos, que constituyen los bancos con sus aportaciones anuales, y no sobre el Presupuesto del Estado, es decir, sobre los contribuyentes. No es una fórmula nueva: ya se usó con Banesto y con Caja Castilla-La Mancha (donde el que pagó fue el fondo equivalente de las cajas), aunque sí es excepcional por el desembolso requerido en este caso, desembolso en el que se incluye la devolución al FROB de los 3.000 millones que libró cuando intervino la CAM. Bruselas tampoco habría aceptado que las ayudas se articularan de otro modo.

Además de todo ello, el Sabadell ha obtenido el compromiso de que el Estado renovará los vencimientos de los avales por los 4.600 millones de euros que la CAM tiene en créditos en los mercados mayoristas, y que se haría cargo de los 7.700 millones que también se deben al Banco Central Europeo si éste los exigiera. Sólo si esto último se diera, el coste podría recaer sobre los Presupuestos, pero ningún experto considera probable que esto ocurra, puesto que sería un sinsentido que Bruselas aprobara una operación de este calado y que a continuación el Banco de la propia UE la dinamitara. Ahora bien, una cosa son los contribuyentes y otra los clientes. Tras el rescate de CCM y ahora el de la CAM, más los que se otean en el horizonte inmediato (UNNIM, Banco de Valencia...), el Fondo de Garantía de Depósitos se ha quedado prácticamente sin recursos. Las entidades han triplicado las aportaciones que hacen a ese fondo, cuya próxima cuota se transferirá en febrero, pero cabe pensar que finalmente repercutirán una parte del dinero que ponen en las comisiones que cobran.

Examen de conciencia. Perdonen que les haya aburrido con tantos números, de los que por otra parte este periódico ha ido informando puntualmente, pero quizá era necesario el repaso para tener una idea precisa de la magnitud del desastre sucedido. La que era la cuarta caja de España antes de que la burbuja inmobiliaria estallara se ha convertido en la protagonista de la mayor debacle vivida por el sistema financiero español. Y un cataclismo así no puede explicarse sólo por el territorio en el que la CAM estaba asentada, ciertamente uno de los que más y peor apostó por el becerro de oro de la especulación, sino que nace de causas más profundas y que tienen que ver con la progresiva degradación de nuestro modelo social, político y productivo. Un modelo basado en los últimos años en el enriquecimiento rápido y el crecimiento sin tasa, responsable lo mismo de que la Comunitat Valenciana como autonomía esté en quiebra, que de que sea la que más escándalos de corrupción aporte al bestiario patrio. Nada es casual: todo está relacionado.

La Audiencia Nacional investiga ya la gestión de los directivos de la CAM y con los expedientes instruidos por el BdE (absolutamente inoperante, como la Generalitat, en su función de vigilancia), es posible que la exigencia de cuentas se extienda también a los integrantes del consejo de administración de la entidad, mudos e ignorantes según su propia confesión, mientras se gestaba tal ruina. Pero sin pretender con ello diluir un ápice su culpa, lo ocurrido debería llevar a una reflexión más de fondo sobre qué hemos estado haciendo y qué camino debemos tomar a partir de ahora. Porque si somos sinceros habrá que admitir que cuando la caja construía un imperio asentado sobre barro nadie dijo "¡cuidado!". Y si alguien lo hizo, su voz quedó ahogada por los gritos que, a lo Groucho Marx, pedían más madera.

Punto final. Se acabó, pues, con final en alto como en los buenos dramas, una historia. Y comienza otra. Desde que empezamos a intuir la realidad de la CAM; desde que quedó claro que la que pasaba por ser una de las grandes de España no podía aspirar a otra cosa que a mendigar fusiones de feria en feria, no a encabezarlas; desde entonces se sabía que nuestro particular halloween ni siquiera iba a quedar en truco o trato, sino que lo nuestro era susto o muerte. Con la intervención, fue lo segundo. Así que ahora se trata de ver si lo que viene es lo menos malo, y olvidarse de utopías que ya no caben. Nada volverá a ser lo que fue.

El BdE sopesó hasta el último instante la posibilidad de liquidar la CAM y trocearla. Por eso se aplazó en primera instancia la adjudicación. Pero la jugada habría tenido un coste inasumible. Así que se optó por el Sabadell.

Dadas las alternativas, a priori la que finalmente ha salido parece una buena opción: el Sabadell no es, como sus propios directivos aclaran, ninguna ONG, ni viene a salvarnos de nuestros males. Pero se juega lo suficiente en este envite, que le hace pasar de la segunda a la primera división bancaria, como para esforzarse en gestionar bien la CAM y, como dice en la entrevista que publicamos hoy su consejero delegado, Jaime Guardiola, reconstruirla. Y eso pasa por cuidar el territorio donde históricamente la caja ha sido hegemónica. Alicante y Murcia son zonas en las que predominan las pequeñas y medianas empresas, los profesionales liberales, los funcionarios y los pequeños ahorradores. Los segmentos a los que más atención ha dedicado el Sabadell, así que de entrada el perfil de los nuevos dueños de la vieja CAM se ajusta a las necesidades que aquí tenemos. No sólo por ser su vocación la de "banco de pymes", que puede casar bien con la solvencia de los trabajadores de la CAM en el negocio minorista; sino también por sus dimensiones: engullidos por otro banco más grande, la CAM habría quedado como mero apéndice. Ahora se va a mantener en Alicante una sede operativa y una dirección general, cuyo despacho ocupará el mismísimo número 3 del banco, lo que indica que la apuesta va en serio.

Tal como somos. Esa es la visión realista. Pero hay otra igual de cierta, aunque más amarga. Antes de que Lehman Brothers cayera, la Comunitat Valenciana alardeaba de ser la economía más dinámica de España, de tener banco propio, el de Valencia, y de poseer la tercera y la cuarta caja del país. Ahora, las arcas de la Generalitat están vacías y las decisiones financieras se toman en Madrid y Barcelona. Francisco Camps, que gobernó esta autonomía desde mayo de 2003 a julio de 2011, no sólo pasará a la historia por ser el primer jefe del Consell en sentarse, a partir de mañana, en el banquillo de los acusados, sino también por este legado. Pero convendría no olvidar que ganó por goleada las últimas elecciones que encabezó, cuando todo esto ya se veía venir. Así que habrá que concluir que tenemos lo que nos merecemos y que, como somos tan bien mandados, no nos cabe otra ahora que reclamar al maestro armero. No sirve para nada, pero aparenta. Que es lo que nos gusta.