Junto al puente sobre el río Kwai, el puente sobre aguas turbulentas de Simon y Garfunkel o el larguísimo puente de la Inmaculada, el puente Viaducto-Zona Norte de Alcoy se ha ganado un lugar en la leyenda. Las grandes sagas ya empiezan a hablar de esta obra maldita por los dioses de la ingeniería y de la política, que lleva 16 años dando que hablar, sin que hasta el momento haya avanzado ni un milímetro. Políticos de todos los colores, arquitectos de relumbrón y una pequeña legión de ingenieros anónimos han trabajado denodadamente durante década y media con un objetivo común: que la conexión entre estos dos barrios nunca se convierta en una realidad. Hay que decir, para desgracia de todos nosotros, que estos esfuerzos se han visto coronados por el más rotundo de los éxitos: el puñetero puente todavía sigue flotando en los etéreos territorios del cuento chino y, en la zona en la que debería levantarse esta majestuosa pasarela, sigue existiendo un inexpugnable barranco.

Esto, como tantas otras cosas de esta ciudad, lo arrancó José Sanus. Aquel alcalde visionario encaró su victoria electoral de 1995 con este proyecto bajo el brazo. Como eran los tiempos felices del "açò ho pague jo", se le encargó la obra al mismísimo Santiago Calatrava. Y en estas, llegó Zaplana a la Generalitat e inició el sitio de Alcoy, congelando todas las inversiones destinadas a una plaza que tenía la desfachatez de votar izquierdas. Nos quedamos sin puente y Calatrava (un hombre que nunca da un euro por perdido) se llevó más de cien millones de pesetas por darse un paseíllo triunfal por el parque del Viaducto.

La llegada de las tropas populares al Ayuntamiento no supuso grandes cambios. Las gentes de Peralta no creían en esta infraestructura y durante siete años la dejaron durmiendo en el cajón de las tonterías irrealizables. De repente, en 2007, recuperaron la fe y el puente Viaducto-Zona Norte volvió a convertirse en el proyecto estrella de una campaña electoral. Como era de esperar, transcurrió una legislatura entera sin que se registrara ni el más mínimo avance. El proyecto volvió a la vida en las elecciones de 2011 y en esta ocasión, Ayuntamiento y Generalitat lograron hacernos creer que esta vez sí, que esta vez la cosa iba en serio: la construcción se adjudicó en 10 millones de euros, se colocaron grandes cartelones e, incluso, se llegaron a pasar solemnes notas de prensa anunciando el inicio de los trabajos.

La magia se rompió la semana pasada. El director general de Obras Públicas, Vicente Dómine, llamó a Valencia a los portavoces municipales para anunciarles que la Generalitat había paralizado el puente porque entendía que era necesario introducir cambios en el proyecto. Dicen los que asistieron a esta histórica reunión que el dirigente autonómico logró exponer esta elaborada milonga sin que en ningún momento se le escapara la risa floja. La noticia cayó como un jarro de agua fría sobre la opinión pública alcoyana, un grupo humano con el culo pelado por las decepciones, que tiene muy claro que las presuntas modificaciones anunciadas por la Generalitat esconden, en realidad, una nueva congelación del puente, provocada por los recortes económicos.

Pasan los años y la maldición sigue viva. El puente Viaducto-Zona Norte se ha convertido, junto al nonato polígono industrial de la Canal, en una perfecta expresión de la legendaria capacidad que tiene esta ciudad en gastar su tiempo y sus fuerzas recorriendo intrincados caminos que no llevan a ninguna parte.