Todo empezó en julio del 2009 en Murcia cuando, en un acto de homenaje a la actriz Margarita Lozano en el que yo pronuncié su laudatio, conocí a la también actriz Asunción Balaguer, viuda de Paco Rabal, quien me comentó lo bonito que era que se mantuviera viva la memoria cinematográfica. Cuando poco después la visité en la casa familiar de los Rabal, me mostró la rica y variada cantidad de documentación que había recogido durante la dilatada trayectoria profesional de su marido y me pidió ayuda para darla a conocer. A esta muestra de confianza contribuyó que yo sea profesor de la Universidad de Alicante, donde se encuentra una de las sedes de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (la auténtica propulsora del Archivo Francisco Rabal), y también que el complejo Ciudad de la Luz nos haya situado en el mapa cinematográfico nacional.

A partir de entonces comenzó una fascinante labor de investigación, ordenación y catalogación de cartas, fotos, contratos, películas en 8mm, cassettes de audio y video, etc. que desde hoy están disponibles en www.cervantesvirtual.com/portales/rabal/

Esta exhaustiva recopilación de documentos me ha permitido conocer la trayectoria de un actor inclasificable por su variedad de registros, por su innata curiosidad cultural y por su imperturbable compromiso ideológico. En los años 50 protagoniza algunos grandes hitos teatrales, generalmente de la mano de José Tamayo, como Muerte de un viajante, Edipo o Julio César, pero su auténtica vocación es el cine, donde compagina los obligados dramas religiosos de la época con comedias de Sáenz de Heredia como la memorable Historias de la radio, que, al ser vista por Luis Buñuel, exiliado en Méjico, le hace decidirse por él para protagonizar Nazarín. A partir de ahí se dispara su trayectoria internacional y trabaja con directores de la talla de Michelangelo Antonioni, Claude Chabrol o Luchino Visconti, algo inimaginable para aquel hijo de minero nacido en la Cuesta del Gos de Águilas y para cualquier actor de aquella España.

La correspondencia mantenida con Camilo José Cela, Nuria Espert, Miguel Delibes, Luis Buñuel, José María Pemán, Antonio Buero Vallejo y tantos otros, que desde ahora todos podemos leer, nos revelan a una persona que despertaba admiración y respeto entre profesionales de muy diversas disciplinas e ideologías por su calidad actoral y también por su integridad personal. Como firmante en 1963 del Manifiesto de los 102 intelectuales contra la represión minera en Asturias (el único otro actor que lo firmó fue Fernando Fernán Gómez), Rabal sufrió las consecuencias de su valentía, propias del régimen imperante, que todavía coleaban casi dos décadas después cuando su nombre se hallaba incluido en una lista de "represaliados" que circuló en el golpe militar liderado por el coronel Tejero. En ese año 1981 su carrera también había tocado fondo, pero resurgiría poco después como una segunda juventud con su memorable Azarías en Los santos inocentes, y en televisión también dejaría huella con su imprescindible Juncal.

El Rabal más íntimo, el de sus numerosísimas cartas de amor a Asunción, la mujer de su vida, redondea un Archivo Francisco Rabal que he tenido el honor de dirigir, y que da a conocer en toda su plenitud a un actor indispensable en la Historia del cine español y, en general, a un referente significativo del ámbito socio-cultural nacional de la segunda mitad del siglo XX.