En tres ocasiones a lo largo de mis X años me he tenido que enfrentar a la amarga cara del cáncer. La primera vez se tardó un año precioso en diagnosticar el tumor porque la médico del centro de salud insistió en considerar una afonía persistente como un "síndrome del jubilado". Tras doce meses de infructuosa medicación y de pasar, incluso, por el psicólogo, el otorrino concluyó cáncer de laringe. El paciente quedó sin voz porque hubo que extirparle hasta las cuerdas vocales. ¿Qué habría pasado si se hubiera diagnosticado a tiempo? En la segunda ocasión un manchado a una edad imposible requirió de atención ginecológica. La primera cita se fijó para seis meses después. Por supuesto no se esperó y en la sanidad privada se detectó cáncer de ovario. El tercer caso se presentó como un dolor persistente en el costado. Tras tres meses de interminables consultas y radiografías se decretó cáncer de páncreas. ¿Se le habrían ahorrado los desgarradores dolores, durante 90 días, de haberlo diagnosticado antes? Me emociona lo que está haciendo el Hospital de Sant Joan, porque, al fin y a la postre, es tratarnos como seres humanos.