Primero fueron a por los inmigrantes. Parten del desprecio que sienten por quien suponen inferior, y fomentan en los ciudadanos la propensión al racismo que se arrastra desde años. Partiendo de casos más o menos documentados, generalizan: lo que han visto en unos lo atribuyen a todos, aumentando así sus "razones" para ser racistas. Es común con otros animales el sentir desconfianza hacia el diferente. Pero esa desconfianza que se sitúa en la parte más primitiva de nuestro cerebro puede ser controlada por la educación y el razonamiento. Sin embargo, lo que se procura es evitar esa evaluación racional, dejando al supuesto "animal racional" en únicamente animal: xenófobo. Encima, la xenofobia "vende" electoralmente en algunos contextos y en esas estamos.

Están yendo a por los musulmanes que adquieren en el pensamiento de algunas personas el papel que los judíos tuvieron a principios del siglo pasado. Ahora hay poco antisemitismo (antijudaísmo, para ser precisos, que los árabes también son semitas) y si se usa la palabra es para justificar cualquier tropelía que cometa el actual gobierno del Estado de Israel tachando de antisemita a quien se atreva a criticarlo y olvidando que algunas de esas cosas son criticadas por judíos que viven dentro de dicho Estado y que difícilmente podrían ser calificados de antisemitas ni por un supuesto "autoodio". El papel que jugó el antijudaísmo lo juega ahora la islamofobia: mismo odio, objetos diferentes. No llegamos al nivel de Breivik, el noruego confeso de la matanza de Utoya, que dice: "Luchemos junto a Israel, con nuestros amigos sionistas contra todos los antisionistas, contra los marxistas culturales y los multiculturalistas". El enemigo es claro. Dice: "Más del 90 por ciento de los parlamentarios europeos y nacionales y más del 95 por ciento de los periodistas apoyan el multiculturalismo y, por tanto, apoyan la colonización islámica de Europa". ¿Culpable evidente? La socialdemocracia. Pero sí llegamos a dar crédito a los que, basados en una lectura sesgada del Corán, afirman que todos (¡todos!) los musulmanes son violentos, fanáticos, fundamentalistas y criminales. Que es como decir que, como en el Evangelio se dice "dejad que los niños se acerquen a mí", ya por eso todos los curas son pedófilos.

Ahora van a por los sindicatos. Bien es verdad que estos se lo habían ganado a pulso, planteando confrontación en temas ajenos a su razón de ser como la "pureza" constitucional y olvidando lo que se supone es el motivo de su existencia, por ejemplo el oponerse a determinadas reformas laborales. Pero la campaña está siendo sistemática: noticias sobre la dolce vita de los dirigentes y sus familiares, publicación de las subvenciones recibidas y su traducción en clientelismo, casos en los que los trepas habituales habían usado el sindicado para ascender en otros campos (políticos, académicos), incoherencias varias. Pero tú no eres sindicalista y no te preocupa que haya o no haya sindicatos.

Después van a ir a por los partidos. Bien es verdad que estos se lo están ganando a pulso, planteando politiquerías nimias que, con gran desprecio del elector, creen que arañan algún voto y olvidando los problemas de fondo que realmente preocupan al ciudadano y a los que deberían dar respuesta. Pero la campaña será sistemática: gastos fastuosos de funcionamiento, sedes y sobresueldos, corrupción interna y, sobre todo, externa, financiaciones ilegales ya denunciadas por el Consejo de Europa, "pecadillos". Pero tú no eres militante y no te preocupa que haya o no haya partidos.

Finalmente irán a por ti y verás entonces que no hay quien te defienda. Tres responsables, por tanto: los interesados en acabar con los partidos (los hay), dirigentes de sindicatos y partidos que han procurado hacerlo lo peor posible y... tú. Viene todo esto a cuento de un viejo texto de la primera mitad del siglo pasado. Es de un pastor protestante alemán, Martin Niemöller, aunque se suele atribuir equivocadamente a Bertolt Brecht. No está claro cuál fue el texto original. Doy la versión que a mí me gusta: "Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada". Alguna versión termina con "ya no quedaba nadie para defenderme". Pero otra, ay, comienza con "primero vinieron los nazis...".