Tengo un buen amigo que se mueve en los negocios de hostelería al que al parecer le han ido bien las cosas durante estos últimos años, al contrario que a muchos españoles que siguen inflando las estadísticas del desempleo. Tan bien le va, que ha decidido invertir parte de ese dinero en la compra de una embarcación de vela, pues en la crisis emergen los denominados chollos como el que acaba de adquirir, un doce metros en excelente estado por unos cien mil euros. Hasta Punta Umbría ha tenido que desplazarse. Otros como nuestro anterior alcalde, no han tenido que viajar ni que pagar tanto. Sin moverse de la ciudad, que gobernó más de cuatro legislaturas- demasiado tiempo para no caer en tentaciones- y con la información privilegiada que le ha dado su alto puesto de dignatario local, se ha convertido por la ridícula cantidad de escasos mil quinientos euros en el dueño de un catamarán valorado en más de seiscientos mil. Esto es lo que se dice un verdadero chollo, y no lo de mi amigo. Debe ser un beneficio más para aquellos que dedican su vida a los demás, para los que tienen vocación de servicio público, que no está al alcance de los que egoístamente deciden caminar por la senda del trabajo en la esfera privada y votar cada cuatro años como mandan los cánones democráticos.

Si no han tenido bastante con sueldos de alto ejecutivo, gastos de representación, dietas por asistencias a consejos de administración derivados de su privilegiada posición, y gastos corrientes mínimos como consecuencia de la popularidad del cargo que ocupa y de la facilidad de convertir en público lo que se come y bebe en privado, también tienen por lo visto a su alcance chollos, gangas que se nos niegan al resto de ciudadanos. Como todo lo adquirido por precio irrisorio, aparece la compra rodeada de sospechosos trajines financieros y/o societarios que parecen ser comunes entre los que se mueven en esas aguas cenagosas del dinero fácil y la dolce vita.

Por fin Alperi pone un mar de distancia entre su amigo Ortiz y él, ya no necesita viajar cómodamente instalado en la embarcación de lujo del señor del ladrillo. De esta manera pretende poner fin a esos maledicentes que le acusaban de ser condescendiente en las adjudicaciones urbanísticas con el mayor accionista del Hércules, y le fotografiaban en la proa de la nao del empresario. Con su nuevo catamarán ya no necesitará navegar en otros yates de lujo, se acabarán las especulaciones. Todo arreglado Enrique, si quieren que me fotografíen en mi barco, que para eso me he gastado mis dineros. Catamarán adquirido no solamente por un ridículo precio, sino también con escaso trabajo, el colmo del chollo. Solamente queda que para poder disfrutar a toda vela de su nuevo juguete náutico, dimita Alperi como diputado en Cortes Valencianas, pasando a formar parte de las clases pasivas españolas, edad no le falta para ello, y dedique esas largas jornadas a bordo a la solana a reflexionar sobre sus actuaciones al frente de la casa consistorial alicantina, esperando pacientemente a que la fortuna haga que el cartero no llame ni una vez a su puerta con certificado judicial. No obstante una cosa debería hacer a toda máquina nuestro ínclito ex alcalde, trasladar la embarcación a un atraque del Real Club de Regatas, donde ejerce la presidencia su buen amigo Juan Rodríguez Marín actual delegado de la Generalitat, y no dejarlo más tiempo al albur de las aviesas intenciones de la nueva Autoridad Portuaria, Joaquín Ripoll, que además de no profesarle amistad alguna, es patente que también le gusta navegar como bien saben tanto Ortiz como otros empresarios alicantinos.