No podía perdérmelo. Miguel Ángel Solá, el caballero Miguel Ángel Solá, charlando con Juan José Millás sobre el desgraciado accidente que estuvo a punto de dejarle tetrapléjico. Y ese fue el diagnóstico, tan grave, cuando lo rescataron de la playa de las Canteras, completamente inmóvil, tras haber sufrido un golpe de mar. Un ola del pino, como llamaba a este fenómeno natural el conserje del hotel que salvó la vida al actor.

El caballero Solá relató lo sucedido con su acento porteño. Acariciando. Y habló de su bondad natural, heredada de su padre y de su madre, a la que perdió cuando tenía veinte años, y a la que no deja de recordar ni un solo día. A lo que le ayuda mucho el montaje en el que trabaja actualmente junto a su mujer, Blanca Oteyza, Por el placer de volver a verla. "Pronuncio la palabra mamá cada diez minutos", le contaba a Millás, tan perplejo y emocionado con el relato que ni siquiera se atrevió a beber ni a comer nada de un desayuno que en ninguna como en esta entrega de El primer día del resto de mi vida parecía de atrezzo.

Y es que quedar a desayunar o a merendar con el caballero Solá tiene estas cosas. Que embelesa. Que conmueve. Y a uno hasta se le quita el hambre. Tras más de haber cautivado a más de un millón de espectadores con El diario de Adán y Eva, que no pudo retomar tras el accidente, ahora lleva a cabo una función que no requiere de desgaste físico. Sí del emocional. Pero como a Solá las emociones le fluyen, no hay problema. "Las ideas tienen sentimientos y los sentimientos tienen ideas", defendió, al tiempo que reconocía que las razones por las que conecta tan bien con el público: "La gente necesita sentirse". Millás, en silencio, asintió.