Besitos. Con este monosílabo, hoy tan de moda, se despiden miles de conversaciones vía móvil, se rematan cientos de miles, qué digo yo, millones de sms y se cierran una catarata de cibercorreos. Se trata de una "muletilla" que, al igual que otras del estilo "es lo que hay", "¿sabes lo que te quiero decir?", "haber...", etc., se han incrustado en las comunicaciones entre humanos. Besitos es ya un soniquete sobado que aburre. Es como si los interlocutores, en plan zalamero, nos dedicáramos a besuquearnos cibernéticamente todo lo que no hacemos cara a cara. Yo mismo acabo de recibir un par de sms firmados con un cálido "besos". Venían, además, de dos mujeres que no me besan nunca. Me estoy refiriendo, lógicamente, a besos de pura amistad, besitos al fin y al cabo. Digo todo esto porque las relaciones humanas están cambiando, y de qué manera, con todo esto de las redes sociales, los correos electrónicos, el móvil y, en definitiva, la Red de redes que es, sin duda, la gran revolución desde las postrimerías del pasado siglo hasta este que encarrilamos salpicado por la crisis y las incógnitas. El ciberespacio, que ya lo abarca todo, no solo nos muestra a sesudos informáticos dándole a la mollera con modernísimos "miniordenatas" o a estirados yuppies ensimismados en sus "tabletas"; sino que también nos acerca a rudos pastores que ordeñan el ganado a través de un ordenador o a pensativos regantes que calculan las tandas de agua para sus bancales a través de pequeñas pantallas informáticas. Pues lo mismo ha ocurrido con los besos, que hemos pasado en un santiamén de un besuqueo tasado y clasificado, que radiografiaba muy bien el pasodoble "La española cuando besa", a una machacona tanda de "morreos" electrónicos que no saben a nada de nada. "Cansado de los besos que no me dabas, libido por exceso de sangre fría", que dice Joaquín Sabina en una de sus canciones más canallas. Besitos.