Una vez que el Congreso de los Diputados diera curso el pasado jueves de forma definitiva a la reforma de la Ley Concursal y, por consiguiente, abriera el camino a la modificación que, a partir de julio de 2012, impedirá que los clubes deportivos en suspensión de pagos eviten el descenso de categoría por deudas, se han acabado las "alegrías". Ha cambiado la música para quien se sentía Gardel, cómodo y feliz bailando al son de Cambalache ("Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor/ignorante, sabio o chorro/generoso o estafador...") sacando rédito de una ley hecha a medida para entrar en el bar, invitar a gambas y salir corriendo, confiando en que más tarde que pronto apareciera alguien para pagar la cuenta o, casi mejor, que saliera gratis. Ahora ya no va hay espacio para la atrevida insensatez, esa que, como en el Hércules, marcó el camino hasta en tres ocasiones hacia la Ley Concursal, utilizada como madriguera perfecta para no tener que pagar la factura. Ha llegado la hora de gestionar bien, sí o sí, porque a partir de julio la irresponsabilidad conduce a un infierno de donde no se sale.

En el Hércules han cambiado las tornas. Los que quedan dentro para llevar las riendas administrativas ni tienen margen de error ni pueden reclamar plazos de confianza. En un visto y no visto, casi sin querer, el populacho ha pasado de ?creer que sin Ortiz (y su dinero) llegaba la hecatombe a considerar que la verdadera hecatombe es que Ortiz vuelva a aparecer. El máximo accionista -se ajuste o no esa etiqueta a la realidad accionarial del club, ha quedado claro que cuando quiere dispone a su antojo- ha regresado a la primera línea como un elefante en una cacharrería, cometiendo un absurdo error de cálculo al desplazar al "triunvirato" (Palacio, Huerga y Quintanilla) sin reparar en las consecuencias: ¿Quien se atrevería, hoy por hoy, a concederle mérito en este nuevo proyecto si la pelota le da por entrar? Posiblemente, su familia y los mismos palmeros que acudieron al Rico Pérez cuando se autoimpuso la insignia de oro y brillantes del club. En cambio, ¿quien le señalaría como culpable por haberse metido en medio a las primeras de cambio si el balón no obedece? Probablemente, el resto de la humanidad.