El 19 de septiembre de 2004 tuvimos en casa una agradable noticia, nuestro número de la ONCE, el 35853, había sido agraciado con el primer premio. La transformación de la suerte en sueños satisfechos no se hizo esperar y, entre otros, decidimos regalarnos una segunda luna de miel en Cuba.

Una de las excursiones más bonitas consistía en embarcarse en un catamarán y equipados con el equipo de rigor (gafas, tubo y aletas), acudir a los arrecifes de coral a contemplar la sinfonía de colores que te ofrecía el entorno. Un sinfín de variedades de peces de colores deambulaban entre la diminuta cordillera. Cualquiera de las imágenes por si sola habría justificado la aventura y el deseo de elegir de nuevo los mismos guías para la siguiente ruta. No obstante, seguro que como una leyenda urbana dirigida a los turistas, se nos había comentado hasta la saciedad que tuviésemos cuidado con un pez, la barracuda, que solía morder a los bañistas. Cuando estábamos disfrutando de tantas escenas preciosas que la naturaleza había puesto a nuestra disposición, se oyó el fatídico grito desde el barco: "que viene la barracuda". Inmediatamente todos olvidamos las distintas escenas que teníamos ante nuestros ojos y por un impulso, más instintivo que racional, nadamos en dirección al buque que nos estaba esperando. Su capitán utilizó el falso anuncio para que iniciáramos el regreso de vuelta al puerto.

Es increíble como un único mensaje, adecuadamente utilizado, puede anular el resto por importantes que estos sean. Nada parecía tener valor ante la supuesta amenaza.

El pasado día 20 de noviembre los ciudadanos acudieron a las urnas y, además de dar la mayoría absoluta al PP, infringieron un severo correctivo al PSOE. Como no podía ser de otro modo los distintos órganos de los socialistas analizan las causas de la debacle. A los manidos argumentos de: no hemos sabido explicar la gestión; el voto de izquierdas está muy disperso; no hemos trabajado lo suficiente; se ha perdido la conexión entre los dirigentes y las basesÉ, se han añadido otros; la crisis mundial, el mayor interés de algún cargo por mantener el puesto de trabajo que por ganar las elecciones, los pactos entre familias que empobrecen el debate interno, ha llegado el momento de renovar el partido, etcétera, etcétera. Sin ánimo de minusvalorar la parte de razón que puedan tener, no podemos flagelarnos centrando el análisis en alguna de estas cuestiones y utilizarla como arma arrojadiza contra el compañero de enfrente. Hay, sin duda, que: cambiar comportamientos equivocados; sustituir personas que no aportan el plus necesario al resultado global; apoyar más a los jóvenes para incluir la energía que ya, por razones biológicas, algunos no poseemos; terminar con estructuras que dificulten el debate interno, en fin, todo lo que nuestras bases consideren necesario. Pero para analizar fríamente todo ello, hay que colocar en valor lo que supone ir a las urnas con la referencia de los 5 millones de parados. En esas circunstancias, la labor realizada por el Gobierno de España, al igual que la belleza de los arrecifes de coral, pasa desapercibida ante la barracuda del paro. Queda en segundo, tercero, o plano residual: el incremento de la seguridad; el aumento del salario mínimo interprofesional; la espectacular subida de las pensiones mínimas; las leyes de igualdad, de la dependencia, de los derechos de los homosexuales, del paro de autónomos, de la interrupción voluntaria del embarazo, contra la violencia de género. Este Gobierno será, seguramente, el que más ha ampliado el arrecife de derechos de nuestra sociedad. Su conjunto debiera ser suficiente para que continuase la labor quien los ha propiciado, no obstante, el terror producido por la barracuda del paro ha anulado cualquier otra imagen y ha llevado al votante a aventurarse en un nuevo proyecto que, supuestamente, les aleje del peligro de ese maligno pez.

Con ese icono como referencia, hagamos lo que tengamos que hacer. Pero sin olvidar, que el principal condicionante de los resultados es la barracuda que ha crecido mucho, hasta los cinco millones y, por si no fuera suficientemente monstruosa, la oposición ha propiciado su visión a través de un cristal de aumento con los socialistas alimentándola desde la barcaza del poder.