Los buenos resultados que está obteniendo el sector turístico van dejando claro su eficacia a prueba de crisis. No viene mal que al menos un sector demuestre su capacidad y buen hacer en tiempos tan difíciles y que nos garantice un futuro aceptable en términos de prosperidad. Quizás tenga algo que ver en estos resultados el espíritu inconformista de todos los que se dedican a esta industria, nunca satisfechos con lo que tenemos y siempre ambicionando alcanzar nuevas metas. Pero, ojo, tanta autoexigencia también puede asegurarnos para el futuro elevadas dosis de frustración e insatisfacción y llevarnos al derrotismo. Tampoco se trata de eso. Un mínimo de autoestima nunca viene mal.

Traigo de nuevo a colación este tema al percibir, una vez más, una persistente exigencia popular sobre la conveniencia de producir un cambio de modelo turístico -dicen- para conseguir una clientela más rentable y una mejora de la imagen de nuestros destinos. Está claro que no nos conformamos con lo que tenemos y con frecuencia se oyen demandas que claman por un turismo diferente -de calidad, también dicen- al que tenemos-.

He aquí algunas de las reivindicaciones: Incremento del turismo juvenil; pero, eso sí, que no sean esos jovencitos ruidosos, botelloneros, sino de los que se comportan con seriedad y poseen un alto poder adquisitivo (vamos que sean como si fueran mayores) También nos gustaría que el turismo de la 3ª Edad estuviera compuesto por personas inquietas, animadas, que salieran más por las noches a los locales de música y copas (o sea que se comportaran como los jóvenes). El turismo de familias también nos interesaría; pero, por favor, que no nos atiborren de niñerío (es decir, que sean familias sin familia). Lo dicho, nunca estamos conformes con nuestra clientela.

Generalmente para explicar más eficazmente nuestras pretensiones se suelen poner ejemplos comparativos confrontando nuestra "anodina" realidad con la "ideal" demanda que poseen otros destinos competidores y que, a lo que parece, nos dan sopas con honda. Así, ¿quién no ha escuchado en Benidorm, o en cualquier otro lugar de la Costa Blanca, establecer "odiosas" comparaciones con lo que ocurre en otros lugares? Les pongo una serie de ejemplos de frases habituales: "si vinieran más alemanes como van a Mallorca. Esos si que gastan". O, esta otra: "lo que necesitamos es esa juventud pudiente que tienen en Ibiza". También ésta: "si atrayéramos el turismo náutico de Formentera". Y en plan ecologista: "me encanta ese desarrollo tranquilo y sostenible de Menorca". Y para pretenciosa esta: "si tuviéramos aquí la alta sociedad, con la Familia Real a la cabeza, que frecuenta Palma". ¿Será por soñar?

A la vista de nuestras utópicas reivindicaciones se diría que el destino perfecto es el conjunto de la Comunidad Autónoma de "Ses Illes Balears" (como dirían los de allí), ¿no? Lo tienen todo. Qué satisfechos se deben sentir con su turismoÉ Pues, no. De eso nada -¡faltaría más!-. ¿Cómo es esto posible? Pero si nosotros mataríamos por tener lo que ellos tienen. Ahí es nada: Mallorca, Ibiza, Menorca, Formentera, Palma o lo que es lo mismo que decir los máximos referentes del turismo que soñamos desde aquí. Nada, que no. Que tampoco están contentos con lo que tienen. Que a inconformistas se ve que tampoco se dejan mojar la oreja. Lean, lean lo que dijo su presidente autonómico, José Ramón Bauzá, en unos desayunos informativos: "Baleares necesita una reforma turística que devuelva el liderazgo a las islas". A cuadros me quedé cuando se lo leí. Si nosotros (que vamos bien), desearíamos que nos fuera como a ellos (que les debe ir de coña), ¿qué niveles esperan alcanzar allí cuando recuperen el liderazgo?

Y, ¿a qué no adivinan qué estrategia piensan aplicar para conseguirlo? Pues está muy claro: "apostando por el turismo de calidad"-confesó el presidente-. ¿Qué pasará con ese dichoso turista que todos desean y nadie encuentra? Yo, desde luego, he fracasado intentando identificarlo, no lo veo, no está por ninguna parte, me rindo. Ahora bien, lo que sí he aprendido ya es a localizar al rematadamente malo, al peor turista: es el que no viene.

Diríase que ya nadie se conforma con estar entre los mejores. Ni siquiera con ser el número "1". Parece que lo que todos ambicionamos es ser los únicos. Y esto es algo que tendremos que aceptar como un imposible. Nunca seremos los únicos y cuanto antes asumamos este hecho antes apreciaremos nuestros méritos por estar en la primera fila de este competido escenario.

El inconformismo del sector turístico es, como se ve, espectacular. No, no crean que opino que sea inconveniente, lo que sí creo es que hay que encauzarlo adecuadamente y que en lugar de quemar tantas energías infravalorando la clientela que tenemos y envidiando la que tienen los competidores, más nos valdría que las utilizáramos -las energías- en apreciar, satisfacer, mimar y alabar a nuestra clientela para primero no perderla y luego incrementarla, empleando nuestro bendito inconformismo en mejorar nuestras actitudes, los servicios y los productos que les ofrecemos.