Propongo fervientemente a González Pons que use en la publicidad del PP la imagen de Luis Díaz Alperi, vestido como suele ir vestido Luis Díaz Alperi, y, al fondo, pero no muy al fondo, el catamarán. No lo digo por molestar, que no están los tiempos para eso. Lo digo porque en el eje central de la propuesta del PP está la de promocionar "emprendedores" y si Alperi no es un emprendedor que vengan Dios y la Virgen del Carmen y lo vean. Y es que, igual que hace tiempo que se cayó del vocabulario la palabra "proletario", y aun "obrero", porque desprendían un aroma como de aceite y grasa, ahora se desliza al olvido la de "patrón" y hasta la de "empresario", por su tufo de billete contado morosamente, previo lametón en el pulgar para que se deslice mejor la cuenta. Ahora lo suyo es, ya digo, ya dicen, "emprendedor", con olor de perfume y ropas de buen tono, personas metafísicamente incapaces de acometer groserías como extraer plusvalía o acoquinar a sus empleados con malos modos. ¡Que emprendan ellos!, hubiera dicho Unamuno, pero es que Unamuno era un viejo desde que acabó la Guerra Carlista y ahora todos somos nuevos. ¡Emprendamos nosotros! Y el día en que todos seamos emprendedores la crisis habrá acabado y el hambre en el mundo y la tele basura y todo lo demás que aún echa agraz a nuestras conciencias. El mundo será un inmenso colegio del Opus, un aséptico hospital privado en Houston y un palco infinito en los estadios deportivos y en las plazas de toros de postín. Y un puerto eterno, con brisas sin cambio climático, regido por adictos a la brillantina y en el que sólo anclen los emprendedores. Y, me reconocerán el lector y González Pons, que nadie, aquí, da el tipo como ese tipo llamado Luis Díaz Alperi.

Porque tengo para mi, lego como soy en cuestiones económicas, más allá de examinar de vez en cuando mi menguante nómina -la Universidad no es un evento que cree valor añadido y puede ir recortándose, tacita a tacita-, que lo que mejor caracteriza a un emprendedor es que sabe ganar dinero sin producir nada apreciablemente útil. Por eso es ocioso -nunca mejor dicho- preguntarse a qué se dedicaba la empresa de Alperi, y absurdo intentar descifrar ese tejemaneje de cambios de titularidad, traspasos y otras monsergas. Eso, simplemente eso, y sea lo que sea eso, es la economía del futuro. Y el que no lo entienda es que es tonto. Así que casi todos somos tontos. Pero esa es condición para que la versión superguay de emprendedor pueda verificarse: un emprendedor es esencialmente un listo. Puede ser inculto o grosero. No importa. Lo importante es que sea listo, es decir, capaz de movilizar a su favor toda circunstancia, todo soplo de viento. Por eso es óptimo contar con dos patines para deslizarse más rápido. Porque sin velocidad no hay gobierno. Un catamarán rampante es la heráldica de la gran promesa y cuantos más bucles haga en su trayecto mejor para los pilotos. La espuma no deja rastro.

Otrosí digo para la red tejida en cierto despacho de abogados puesto en boca de todos porque, total, gozaba del don de la clarividencia y, San Pedros provincianos, poseían cierta capacidad para atar en el cielo del urbanismo lo que ataran en la tierra del susurro en los despachos y en los discos duros, como caras sin vergüenza, de sus ordenadores. ¡Qué grandes emprendedores! Perdonémosles sus pasiones oscuras, su vigilancia de Luna o BrionesÉ ¿no se atrevieron estos a poner patas por alto a la patria de los emprendedores?... pues se merecen lo que les pase. Pero ya se verá que todo es un malentendido, que es lo que tienen las leyes procesales, que protegen hasta el horizonte y más allá a los emprendedores que no se paran en barras. Y, además, ya nos lo ha dicho Castedo (hermana), amarre firme tras que Alperi comenzara otras singladuras y hermana o cuñada jurídica, ya me pierdo, de otros navegantes avisados. Y nos lo dice, con la ciudad quebrada y empobrecida, entre una reunión con el entrenador del Hércules -¡qué gran marino, Hércules!- y un agasajo taurino a la Duquesa de Alba -de rancia familia de emprendedores-. ¿Pan y circo? No, que el pan va escaseando. Salvo para los canapés de las cenas a bordo.

Quiere el destino que esto emerja cuando empiezo el curso: doy clase a los alumnos/as de 1º y les pregunto que porqué estudian Derecho. Como las caras pintan sorpresa les indico que no sufran, que nadie les va a exigir que lo hagan por el anhelo de contribuir a la realización de la Justicia y que no pasa nada si en sus planes está el de ser abogados de corruptos. ¿Qué voy a decirles? No serían mis primeros alumnos o compañeros que se dedican a estas cosasÉ ¿Y qué ejemplo encuentran en los medios de comunicación? A los jueces y fiscales comprometidos se les castiga tarde o temprano y se opina -siempre hay periodistas deseosos de ser objetivos- que instruyen mal, que cometen errores o que son perezosos. De los abogados que cuentan su competencia por salvar a los que mercadean con la moral nunca nadie dirá nada: ¿no son los garantes del proceso justo y los sacerdotes de la presunción de inocencia? Así que no me extrañaría que mi alumnado, al que tengo que explicar qué es el Estado social democrático de Derecho -y qué es la presunción de inocencia-, tenga más a mano como modelo a los emprendedores jurídicos que tienen muchos más medios que los servidores del Estado y, mis alumnos lo saben, que ganan muchísimo más que los que pretenden evitar que la distancia entre ética y Derecho se vuelva insalvable. Y se lo merecen: son el rádar que avisa de los icebergs de la decencia que aún andan sueltos. En fin, haré lo que pueda con estos jóvenes. Poca cosa será. Pero confiaré en que aprendan inglés con mil palabras, para cuando viajen en barco de nombre extranjero.

Así están las cosas, pero tras examinar las formas en que se emprenden aquí los negocios no me queda ninguna duda de que estas maneras de construir fantasmas mercantiles, para eludir la claridad en la contratación o para esquivar impuestos, debe ser una práctica muy común. La habitual en ciertos clubs, me atrevería a decir. ¡Qué no sabremos! Gracias les sean dadas a los responsables del urbanismo por mantenernos en la ignorancia. En nuestro portulano de la vida, aquí, hay muchas zonas en blanco, tierras incógnitas plagadas quizá de caníbales o adoradores de becerros de oro. Menos mal que ponen a guardar el corral del urbanismo a la hija de Alperi, a la que no dudo llena de virtudes y saberes. Lo que no es genético es adaptación al medio. Y familia que emprende unida permanece unida. Y pobre de mi, hijo único y huérfano.