Me gustó escucharlo como hombre de Estado, me gustó la trabazón de su discurso, me gustó su calmada alegría, me gustó que dijera que gobernará para todos, que contará con todos, me gustó que dijera que nadie se preocupe, que se dejará de rencillas espurias, y me gustó que dijera lo que todos los candidatos han dicho en noches como la del 20-N. Pero eché en falta a Rappel, incluso a la bruja Lola, para que nos contara en el mismo plano, en un cuadradito pequeño, como hacen con los sordos en el lenguaje de signos, lo que no dijo pero hará. Ahí está el quid. De hecho, cuando el realizador de La 1 abría el plano, huy, huy, empezábamos a ver con claridad. Mariano Rajoy dijo que a lo largo de su vida le han acompañado el trabajo, la seriedad, y la constancia, y me lo creo, pero al muy cuco también le han acompañado, le acompañan, y lo peor, le acompañarán, el liante Esteban González Pons, la resentida Cospedal, y el torticero García Escudero.

La televisión pública estuvo a la altura. Tres mujeres frente a las cámaras poniendo cara a un equipo formidable de profesionales, curtidas, sabiendo hilar los datos, seguras, reaccionando ante los fallos, tres grandes de la pantalla. Pepa Bueno, Ana Blanco, y Ana Pastor. La pregunta que conviene hacer en esta columna es la obvia. ¿Cuál, cuáles de ellas seguiremos viendo? Pero incluso eso sería lo de menos. Está claro, aunque no tendría que ser así, que la futura dirección de la tele pública, se limpiará al director, y al gran Fran Llorente, el impecable jefe de informativos, el que ha conseguido hacer de ellos un referente mundial. Si el Gran Líder lo consiente, sus espadachines harán lo que les pide el cuerpo. Y volverá la vergüenza. Y su victoria será nuestra estrepitosa derrota.