Hace unos años tuve la oportunidad de conocer por dentro la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Se celebraba un evento relacionado con la Feria del Mueble, que reunía en la planta baja, en una cena, a cientos de personas del sector. Hacía varios años que se había inaugurado y me sorprendió ver todavía escombros en el aparcamiento y las primeras goteras. Sin embargo, no me pareció ver nada de arte. Aunque esto -me he dado cuenta después- era marca de la casa. El aeropuerto de Castellón tampoco tiene aviones, pero sirve para pasear. Como las casetas o barracones de obra, que se convierten en institutos de enseñanza. Había que buscar nuevas utilidades a las cosas y ahí estaban. Empecé a entender entonces que era eso del I+D+i, cantinela que se repetía en todos los discursos políticos.

Para tomarse en serio son las cifras de la deuda de la Comunidad Valenciana -triplicadas bajo la hégira de Camps y ofrecidas estos días por toda la prensa- que nos vuelven a recordar de forma machacona la pésima gestión realizada por el Consell en esta larga década prodigiosa, con la llegada al poder de la Generalitat de Eduardo Zaplana y la continuación de Francisco Camps.

Los números no dejan lugar a dudas: somos la Comunidad más endeudada de España en relación con su PIB y arrojamos los peores ratios socio-económicos en el resto de parámetros. Agravado por los lazos de servidumbre de las empresas auspiciadas por el Consell y en cuyas deudas millonarias participamos: Terra Mítica, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la Ciudad de la Luz, el aeropuerto de Castellón, la televisión pública valenciana, la Fórmula 1É por citar algunas.

Entre proyectos faraónicos y eventos ruinosos, que nacen y mueren en sí mismos, sin aportar nada a nuestro tejido productivo -apenas el impacto inmediato de la obra o el suceso noticiable- se ha dilapidado el dinero de una Comunidad antaño rica y prometedora. Se ha descuidado la apuesta por las nuevas tecnologías, por la modernización e internacionalización de las actividades tradicionales -que hoy sostienen, con los servicios y el turismo, a duras penas, el empleo disponible- a favor de un monocultivo: la especulación inmobiliaria, la construcción y ocupación indiscriminada de suelo. En los lodos de la corrupción se ha hundido un modelo de crecimiento agotado, que ha hecho ricos a unos pocos y ha traído un espejismo: un valencianismo trasnochado con fachada de arquitectura de "avant garde" y un discurso político engreído y autosuficiente, hinchado de retórica como un dulce de azúcar de feria. En otras palabras: expectativas falsas de crecimiento y coyunturales ingresos para las arcas públicas -inflados por la burbuja especulativa-, ocultando una pobre realidad de desarrollo económico.

Es fácil comprobarlo, los ayuntamientos más afectados hoy por las deudas fueron ayer los más boyantes del boom inmobiliario. Se ha optado así por un monocultivo, olvidándonos de invertir en investigación, en tecnología, en conocimiento, en empresas con capacidad de creación de empleo y futuro económico sostenible. Por eso, a las deudas acumuladas y al servicio a la deuda, que ya de por sí lastran la recuperación, deberemos añadir la falta de respuesta a corto plazo de nuestra estructura de generación de ingresos. Hay que tenerlo en cuenta, esto condicionará una rápida salida de la crisis.

Como cierre de la última legislatura, la errónea asignación de recursos nos ha dejado dos hitos memorables de diferente textura. El primero, la disolución de la CAM y Bancaja que supone la desaparición -en silencio- de la Comunidad Valenciana del mapa financiero español, gracias a la debilidad personal e institucional de las figuras políticas de relumbrón en las tres provincias, más preocupadas por sus procesos judiciales que por otra cosa. Y gracias también, como es sabido, a la gestión deficiente fuera de toda praxis bancaria y a la utilización netamente partidista y personalista de dichas instituciones. El segundo sería la práctica liquidación del Centro de Investigaciones Príncipe Felipe de Valencia, considerado en su día el buque insignia del Consell en materia de investigación y glosado con la pompa habitual por el entonces consejero de sanidad, Rafael Blasco, hoy portavoz parlamentario del PP en las Cortes. Inaugurado en el año 2005 y financiado en gran parte con fondos de la Unión Europea, sucesivas reducciones presupuestarias en estos últimos años están conduciendo al CIPF a una muerte anunciada.

Una lástima. Algo que la mayoría de los niños saben desde que reciben su primera paga: establecer prioridades en la asignación de los recursos disponibles. Parece que muchos de nuestros políticos siguen sin aprenderlo. ¡Qué pena que hayamos destinado a las bambalinas de cartón piedra y a los fuegos de artificio tanto dinero!