Da la impresión de que, de pronto, aparece ante nosotros una nueva epidemia, el alzheimer, conforme a ese revuelto mundo, tan parecido al comentado por los profetas, cercano, quizás, según afirman voces apocalípticas, al final de su existencia. Guerras, muerte, epidemias y desolación arrasando la humanidad para regocijo de los dioses. Sin embargo, no es así. Si Celaya, el poeta, o Samuel Bronston, el director de cine, o el propio Reagan, o nuestro vecino y amigo, caen víctimas de "la más dramática de todas las patologías humanas", en palabras del profesor Portera, es por su cualidad exclusiva de ser hombres. La enfermedad de Alzheimer, es decir, la demencia degenerativa, la antiguamente llamada demencia senil, o presenil, o como quiérase que se quiera llamar a ese mal que nos acecha, es un proceso implícito con la misma existencia de la humanidad. Desde que el hombre es hombre.

Las estadísticas, que tanto me preocupan porque por ser números son capaces de quedar congelados entre las páginas del libro o entre las líneas de un artículo, dejando, a la postre, un sabor de frialdad o de indiferencia, cantan cifras escalofriantes. Dicen que en Alicante más de cuatro mil familias pueden estar sufriendo el problema de esta enfermedad en sus casas.

Las asociaciones, de la índole que sean, deben existir fuertes y claras, para servir de cauce y para comprometer a una estructura social que tiene los sentimientos oxidados. Nunca se valdrán de ella para crear vacíos marginales, peligrosos y frustrantes. Nunca como vehículo para la promoción personal, profesional o política.

La Asociación de Familiares y Amigos de Enfermos de Alzheimer, que nació hace diecisiete años con la sana intención de servir, para que otros se sientan servidos, centra su interés en la del enfermo.

Cuando la ilusión se transforma en desvarío, aún sigue el lamento preguntando al viento: ¿dónde están las instituciones? Da la impresión de que las estructuras políticas y administrativas estén en su olimpo, desmenuzando nenúfares con los dioses. Es por eso que la asociación, los profesionales de la sanidad, los medios de comunicación, los afectados (enfermos y familiares) debemos insistir. Pero insistir día a día, mes a mes. Porque es la única forma de llegar al corazón de la sociedad. La única manera de tocar el corazón del político que conforma la Administración.

Hablamos de estructuras políticas, pero ¿y la comunidad? Se acabaron los días de vino y rosas en los que la Administración solucionaba todos los problemas. En tiempo de crisis profunda es la colectividad la que tiene que asumir las responsabilidades y calarse el problema. Es su problema.

La Asociación de Enfermos de Alzheimer, con una andadura de muchos años, tiene un gran proyecto en marcha: sus centros de día terapéuticos. Un lugar en donde se puede hacer por los enfermos aquello que probablemente sea, en la actualidad, lo único posible. La rehabilitación física o psíquica. La estimulación psicomotriz, bajo el amparo de la teoría de la neuroplasticidad cerebral, que a un grupo de desquiciados, dirigidos por la doctora Matilde Pérez, nos llevó a iniciar el proyecto.

Nos viene muy bien que el día 21 sea considerado como la jornada mundial de la enfermedad de Alzheimer. Nos viene muy bien porque es, en definitiva, un homenaje al enfermo que, tras perder la memoria y la personalidad, parece que pierda también la esperanza. Y que esto no sea así, depende de todos.