La educación en España provoca mucho ruido y poco debate". Con estas palabras se refería recientemente el profesor J. Casanova al estado de nuestro sistema educativo, un estado preocupante, agravado por el estruendo generado por unos recortes presupuestarios que han incendiado los territorios escolares.

En mi opinión, el ruido a propósito de dichos recortes nos impide escuchar el susurro del debate necesario para conocer la naturaleza de las tribulaciones que afectan a la educación española. ¿Por qué el ruido sobre la educación sepulta el debate por y para la educación? Para responder esa pregunta hay que diferenciar entre información y conocimiento. Sabemos que en la sociedad actual la información y el conocimiento se van convirtiendo en elementos fundamentales para el progreso socioeconómico. Así, cada vez en mayor medida, necesitamos construir conocimientos que nos permitan dar respuestas adecuadas a los problemas que se nos presentan, para lo cual es preciso disponer de información valiosa, sin la cual no es posible el conocimiento. Información y conocimiento son dos cosas distintas, pues. La información se refiere a los datos sistematizados que disponemos sobre los aspectos y fenómenos que nos rodean. El conocimiento se refiere a la capacidad de resolver problemas a partir de la contextualización de la información disponible. Pues bien, sostengo que disponemos de información suficiente sobre el estado de la educación española, pero carecemos del conocimiento necesario para tomar las medidas convenientes para empezar a resolver sus acuciantes problemas.

La información. El último informe PISA muestra que "el rendimiento medio de nuestros escolares es muy semejante al de sus compañeros europeos" (488 puntos por 491) y que tenemos un 19,6% de "alumnos con resultados insuficientes" (23,2% la OCDE). También disponemos de los datos de la "tasa bruta de graduación en la ESO" (71,5% en 2008), del "abandono educativo temprano" (31,2% en 2009), o del porcentaje de "jóvenes de 20-24 años que ha completado algún nivel de Secundaria postobligatoria" (59,9% en 2009). Sabemos de la "evolución del gasto público en educación" (27.400 millones de euros en 2000 y 50.880 millones en 2008), del "gasto público por alumno no universitario" (4.769 euros en 2000 y 5.539 euros en 2008), del "número de profesores en la enseñanza no universitaria" (556.000 en 2000 y 667.000 en 2008) y del "número medio de alumnos por profesor" (13,3 para Primaria y 9,7 para Secundaria en 2009, por 14,5 y 11,9 de media en la UE, respectivamente). Por otro lado, hemos sabido recientemente -Panorama de la educación. OCDE, 2011- que el "número total de horas de clase obligatorias para nuestros alumnos" es superior al promedio de la UE (875 horas para Primaria y 1.075 horas para Secundaria, por 746 y 897 en la UE, respectivamente), y que el "número de horas netas de clase de los profesores" es ligeramente superior al de los profesores de la UE en Primaria y Secundaria (880 y 693 horas, por 755 y 628 en la UE). Para terminar, sabemos por los informes de la consultora Mckinsey (Cómo hicieron los sistemas educativos con mejor rendimiento para alcanzar sus objetivos y Cómo continúan mejorando los mejores) de lo crucial de la formación y selección de los profesores, de la necesidad de un alto desempeño profesional en la instrucción de los alumnos para posibilitar el éxito de todos ellos, de la necesidad de centrarse más en cómo se enseña que en qué se enseña, de la importancia de los sistemas de exámenes basados en estándares de desempeño que verifiquen adecuadamente y acrediten el rendimiento de los alumnos, de la necesidad de monitorizar el desempeño de alumnos y escuelas para intervenir a tiempo cuando sea menester evitando los retrasos, etcétera.

¿Y el conocimiento? Una mirada serena a esa información puede provocar interrogantes como estos. ¿Cómo es posible que con más inversión en educación, más profesores trabajando, y trabajando más horas que sus colegas europeos, y con más horas de clase para nuestros alumnos, no haya mejorado significativamente nuestra tasa bruta de graduación en ESO en la última década? ¿Tiene algún fundamento, pues, esperar que los recortes conocidos, incluidas las groseras agresiones profesionales al profesorado, vaya a mejorar algo ese insostenible fracaso al finalizar la ESO? O, si suspenden las pruebas PISA el 19,6% de los alumnos españoles, ¿cómo es posible que suspendan las pruebas ESO casi un 30% de nuestros escolares? Con esos datos a la finalización de la enseñanza básica, ¿cuándo estaremos en condiciones de rebajar el abandono temprano de nuestros escolares al 15%, o de elevar al 85% el porcentaje de jóvenes españoles que ha completado algún nivel de Secundaria postobligatoria? ¿Introduciendo el copago en estas etapas educativas, como aventuraba la presidenta de Madrid? O, ¿flexibilizando para todos el acceso a los itinerarios formativos postobligatorios, fuere cual fuere su nivel de desempeño al finalizar la enseñanza básica? ¿Encaja el anunciado MIR del profesorado, o cualquier otro remedio, con nuestro absurdo modelo de formación inicial y con esa antigualla de "las oposiciones" como sistema de selección? Lo dejaré.

Vuelvo a la tesis inicial. Si la educación en España fuese una profesión rica en conocimiento, tendríamos respuestas adecuadas a muchas de esas preguntas. Incluso no sería menester que nos interrogáramos acerca de algunas de las cuestiones citadas. Pero, lo peor no es que no dispongamos de las respuestas. Lo peor es que demasiados políticos y burócratas de la educación están en otras cosas. Su lógica es otra. Es el poder, llegar a él o mantenerse. Y su público también es otro, sus votantes más fieles. Ni los profesores ni los alumnos. Tenemos unas elecciones a 2 meses vista. ¡Una magnífica oportunidad para desmentir las tesis de este artículo, y empezar a hacer de la educación una profesión rica en conocimiento!