El segundo quinteto de Scariolo debería ganar a Francia, pero España no tiene la culpa de este desnivel. La final del campeonato fue un partido de la NBA, aunque alejado de la rugosidad de los playoffs. No se me ocurre ninguna manera en que los franceses pudieran obtener el título europeo, y a su entrenador tampoco. La falta de tradición gala menguaba sus opciones, pero los españoles no deben responsabilizarse de la ausencia de pedigrí de su rival.

Mi teoría es que España no se beneficia de la eliminación de Serbia, Rusia o Lituania. Al igual que le sucedía a Nadal con Federer, las selecciones citadas se dejan liquidar voluntariamente, y así soslayan la derrota ante la bestia. Para transmitir una apariencia de igualdad, los españoles se concedían en el campeonato un periodo para la indulgencia -el cuarto ante Turquía, el segundo ante Macedonia-. En la final, Francia tuvo que conformarse con llegar por delante al 9-10, y nunca más.

Parker quiso frenar a España de la forma más inusitada, como víctima de una agresión de Rudy, que había reservado para la final su actuación más cumplida y madura del campeonato. Sobre Navarro encontrará usted tantos elogios en otros rincones que nos mantendremos en la austeridad cartuja, para destacar la magia de un jugador frágil en el campeonato de los bóvidos inamovibles. Un campeón absoluto carece de resquicios, Scariolo no ha desplegado en ningún partido más del setenta por ciento de su potencial. España ni siquiera se ha encomendado al espíritu colectivo, ha arrasado Europa desde las individualidades en crudo. Ha alineado a menudo a jugadores inmiscibles -Calderón no le ha pasado un balón a Rudy en todo el torneo-, completamente autonónomos en cuanto entraban en contacto con el balón. Este orgullo per cápita se transmite incluso a los reservas, en un equipo donde se confirma que el aumento de inteligencia de los grandes dinosaurios ha invertido las reglas. Los jugadores bajos son hoy mayordomos o asistentes de los gigantes, se limitan a suministrarles combustible. Por lo menos, hasta la emancipación de Navarro. Parece tan natural como inevitable estar en lo más alto, el sino de los grandes campeones españoles de los últimos años. Hasta el traspié frente a Turquía suena intencionado, una gota de angostura. Si el equipo de Scariolo no hubiera ganado así, lo habría hecho de otra forma, y este artículo sería el mismo. El resultado, también.