Como ciudadano me siento tan apesadumbrado como casi todos. Como ciudadano de izquierdas me siento tan derrotado como cualquiera. Como ciudadano de izquierdas activo y comprometido, presiento que se abre una etapa tan incierta como apasionante. Vaya una cosa por otra, que también sirve como remedio contra la resignación. Por ello trato de leer lo que se va publicando en el campo de la izquierda. Dejemos, por ahora, reflexiones de más entidad para centrarnos en alguna cosa aparecida esta semana en la prensa española. Examino con interés la larga entrevista a Rubalcaba y me parece la mejor de las que he leído a un líder de esas características en mucho tiempo. Rubalcaba se muestra lúcido, cauto, humilde y autocrítico. La verdad es que ofrece la cara más convincente del PSOE -aunque en algunas cosas discrepe, y mucho-. Si se verifica la derrota socialista en noviembre las cosas no serán tan pacíficas, la hiel acumulada se verterá en grandes dosis y veremos cómo el partido se desgarra entre la justificación de la "inevitabilidad" de las medidas por la culpa abstracta de la crisis, y las pulsiones menos autocomplacientes; y advertiremos cómo ese enfrentamiento sirve para delinear y dar contenido a los conflictos internos por el poder. Pero hoy no toca.

El problema es que tras la entrevista repaso la crónica y las reacciones a la asamblea del PSOE alicantino, con ausencia de debate real y con una asistencia bajo mínimos. Algunos dirigentes muestran su preocupación e indican que es un reflejo de lo que sucede en el país. Verdad será, pero lo grave es que se diga como si el PSOE no fuera un actor esencial de la política, como si fueran un mero sujeto sufriente de realidades que le son ajenas. Elena Martín, sin embargo, minusvalora el problema, por enésima vez se escuda en lo que hace el PP y tacha de anecdótico lo sucedido. Y quizá tenga razón, quizá todos tengan razón. Lo malo es que esa anécdota ha sido plantada y cultivada por lustros de desgarros familiares y de ausencia de debate real. Para el PSOE alicantino o se coloniza la realidad desde el poder -y eso hace mucho tiempo que no ocurre- o se es colonizado por un entorno incomprendido, sobre todo por su aislamiento de la sociedad. Pero lo peor es que esa anécdota se multiplica por centenares en toda España. Por una cosa o por otra el PSOE, como organización, ha tirado la toalla, ha dimitido de la renovación de su identidad y supervive a malas penas lamiéndose las heridas, esperando que la confección de listas no sea demasiado traumática y confiando en una resurrección milagrosa de la socialdemocracia, como si socialdemocracia no fuera cada Agrupación, cada propuesta. Por eso, me temo, los esfuerzos de Rubalcaba salvarán la dignidad argumental, pero conducirán a la melancolía. Parafraseando al romancero: ¡qué buen señor si tuviera buenos vasallos!

También leo otro artículo firmado por líderes de izquierdas autonómicas y verdes, entre ellos Mónica Oltra y López de Uralde, y me siento optimista al encontrar que hay apuestas nuevas. Y no tanto porque nazcan en esa reflexión periodística, sino porque establecen relaciones de gran interés entre elaboraciones y experiencias conocidas y las distintas y tremendas condiciones de la crisis. No cabe duda de que esas propuestas, articuladas en una opción electoral, serán un vivero de esperanza para muchos antiguos votantes socialistas y para jóvenes electores. Les basta, sencillamente, con no mostrar una paralizante rendición ante las peores cosas del mundo. Ya veremos los resultados que esa nueva izquierda obtiene: ni el sistema electoral les favorece ni es fácil romper las dinámicas bipartidistas. Y, desde luego, también hay que contar con IU, con quienes coinciden en muchas cosas. Pero quien les desprecie, se equivocará.

Advierto que en ese artículo, en esa emergencia rojiverde, que tantos éxitos está cosechando en Europa, hay mucho de socialdemócrata. No demos, pues, por sepultada a la socialdemocracia, siquiera sea porque en la historia las cosas nunca pasan en vano y porque muchas apuestas socialdemócratas no se han realizado y, por lo tanto, no podemos decir que hayan fracasado. El problema es que la propuesta socialdemócrata ha quedado anudada a unos partidos que están siendo puestos en cuestión por los electores, aunque nadie debería osar certificar su defunción. Las causas son diversas pero, quizá, vivamos del reflujo -¡aún!- de la guerra fría, cuando, a la vez, el mantenimiento de la democracia y la apelación genérica al socialismo, animaba a esos partidos a fomentar el bipartidismo y a laminar toda otra expresión de izquierdas. Para ello se convirtieron en partidos "atrapavotos", insensibles, cada vez más, a su propia identidad ideológica y más pendientes de la clientelización de franjas de la sociedad y de los aparatos del Estado. Una consecuencia de ello es la autolimitación creciente de sus objetivos, con la renuncia a usar de políticas fiscales para reducir la horquilla de las diferencias, consolándose -lo que, a veces, no era poco- con sistemas avanzados de protección social. Otra, la debilidad de una reflexión que incorporara la ética pública como un valor decisivo a la hora de hacer pedagogía social. Otra, en fin, el desprecio por nuevos fenómenos, singularmente ante el colapso medioambiental.

Todo ello ha acumulado contradicciones que han podido salvarse con liderazgos brillantes o dando prioridad a reformas "culturales", modernizadoras de la sociedad. Y no seré yo quien niegue muchos éxitos en ese terreno. Pero todo eso ya no basta en la crisis actual. La renovación que necesitan los partidos socialdemócratas, en general, es de tal magnitud que solos no la van a poder abordar. La única garantía de que se activen y aprendan a hacer política de otra manera, más coherente con su retórica progresista, es que el vacío que han dejado, la orfandad que provocan, sea cubierta por nuevas expresiones de izquierda, irremisiblemente llamada a ser plural. Otra cosa, necesaria y aplicable a todas las izquierdas, es que o buscan un suelo común para reconstruir una cultura mínimamente compartida o, por años, no tendrán fuerza para arrebatar a la derecha su hegemonía ideológica y electoral.