Primero, la rectificación. Lo de Antena 3 no es una revolución en el sentido que le da la RAE -cambio rápido y profundo en cualquier cosa, entre otras acepciones que no hacen al caso-. Pero lo de cambio lento, titubeante, de prueba y descarte, de batacazos sonados y vuelta a empezar, no es para un titular. Dicho esto, hablemos de revolución en Antena 3. Se ha tirado la vida intentando imitar a Telecinco, tratando de convertir su parrilla en un desaguadero bis, en un montón de mierda, y lo intentó con programas de convivencia que siempre le salían mal porque para rentabilizar el detritus hay que tener agallas y la gente adecuada, hay que tener las ideas muy claras y saber muy bien a qué tipo de gente van destinados los excrementos. La casa de Paolo Vasile lo sabe a la perfección. Todo el día, desde la mañana a la noche, apunta en una dirección, marrullerías, inventos, un edificio apestoso al servicio de una televisión de ínfima calidad, de una vulgaridad que goza de excelente salud, una televisión a la que le importa un truño la dignidad porque sabe que a su audiencia esa palabra tampoco le quita el sueño, una programación que se monta en exclusiva con adefesios sociales, inútiles de gimnasio, gentuza chabacana a la que se le dedica un tiempo primoroso hasta convertir lo prescindible en necesario. Ahí está el recentísimo ejemplo de la subida a esos cielos turbios de la fama sin prestigio de una criatura de ordinariez manifiesta como Rosa Benito. Creo que queda claro. Antena 3 nunca supo hacer de sus personajes escoria tan rentable. Y lo intentó. Y mucho.

Arguiñano contra patanes

Antena 3 peleó con una venda puesta para crear frikis de su cuerda, chusma que todos identificáramos con su marca, zafios energúmenos que poblaran de la mañana a la noche su parrilla, y trató de hacer lo mismo que tan bien, con tanto magisterio, supo lograr su competidora. Pero Antena 3 jamás creó a chisgarabís como Belén Esteban, Aida Nízar, o filoputillas y macarras y horteras y cretinos y zumbados y chulos de playa o club de carretera salidos de las estultas factorías de sus indignos programas. Esa incapacidad, con el tiempo, se ha vuelto a su favor. Ella misma, a la vista de su fracaso, ha intentado guerrear desde otra trinchera, aunque no desde la convicción sino desde la evidencia. Y ahí está ahora la, digamos, nueva Antena 3. Por quitar, ha quitado, quizá hasta nueva orden, escupitajos como Diario de, y a estas alturas no sabe qué hacer con majaderías como DEC, un espacio falsario donde languidecen especímenes como María Patiño, ridícula en su intento de parecer honesta, solvente, y rigurosa acarreando mierda, o el propio Jaime Cantizano, un dandi que ya no conmueve, un olvidado en plena actividad laboral. Me niego a usar el término televisión familiar con el que se tiende a calificar la apuesta de Antena 3. Digamos que es una tele sin sobresaltos. No es poco. Me quedo, y destaco, lo que de verdad le está dando resultados de audiencia, y justo por dar una oferta distinta a lo que vemos en la monotemática de al lado. Así que paso por alto Espejo público, donde Susana Griso, manejando en la mañana materiales de derribo y sucesitos, deja el resto del tiempo a Carlos Arguiñano, un maestro, un auténtico crack, en la cocina y ante las cámaras. Mientras el hombre orquesta se quita, se pone gafas, se lava las manos, cuenta el chiste, y te prepara unas fabes con almejas que te hacen llorar, al lado, o sea, en la otra parte del mundo, Emma García se pone al servicio de garrulos y patanes en Mujeres y hombres y la madre que los parió.

Ahora caen

Más. Paso sobre puntillas, y siempre con la nariz tapada, por los informativos de esta casa. Y por los de la otra. Las dos cadenas, y La Sexta y Cuatro, compiten a ver cuál da la información más liviana, truculenta, sensacionalista, llamativa, en fin, hacer de los informativos otro espacio de entretenimiento, como tantas veces se ha comentado aquí. Hay que esperar a que terminen para que de nuevo Antena 3 tire por un sitio buscando una oferta alternativa, y radical, que nada tiene que ver con lo que a esa hora comienza de la mano de Jorge Javier Vázquez y su aburrido espectáculo caníbal.

La apuesta por la ficción de la cadena de Planeta al fin le está dando buenos resultados. Frente al tedio de Sálvame, la valentía de Bandolera y El secreto de puente Viejo. Dos productos de sobremesa y tarde más que dignos. No alcanzan cuotas de audiencia destacables, pero indican que ese 13% fiel de media está más cerca de excelentes trabajos como Amar en tiempos revueltos, La 1, que de los engrudos insalubres que preparan en la cocina los chabacanos asalariados de Vasile. Telecinco perdió el carro de la ficción. Antena 3 no sólo lo ha mantenido sino que lo ha revitalizado. Y con acierto. El barco no es un navío en el que suba con frecuencia, es más, me apeo de él con la celeridad del que se marea muy rápido, pero la serie funciona como un rayo, y se codea con Cuéntame y con los animales que desde el jueves están en el corral. Hispania tuvo comienzos de parodia, pero fue levantando el vuelo y hoy es otro producto de marca de la casa. Los protegidos sigue ahí, grabando su nueva temporada, una serie entretenida, con toques de humor y suspense, con buenos actores, y con excelente audiencia. Y por lo que he visto, Gran Hotel, con Yon González, Amaia Salamanca, y Concha Velasco, entre otros, será una serie para vivirla con pasión, igual que El tiempo entre costuras, aún en rodaje, con bellísimas imágenes de ciudades marroquíes de la novela de María Dueñas. ¿Y los concursos? Acertó. Que Atrapa un millón, lo de Carlos Sobera, se las vea el viernes con la banda de forzosos caníbales de luxe por contrato de Telepringue, y no tenga que agachar la cabeza, es un triunfo. Que Ahora caigo, con Arturo Valls, se haya asentado en la parrilla es esclarecedor. Había una audiencia hastiada de las payasadas del circo y Antena 3, al fin, o por ahora, compite ofertando otros productos. Y no le va mal. Le ha costado entenderlo. Hay vida más allá de la televisión del espantajo.