Muchas voces dan como cierta la victoria del Partido Popular en las elecciones del 20N. Son voces con tono de triunfo o de fatalidad; más me parecen las primeras que las segundas. Se diría que la gravedad de la crisis, el continuo pesimismo sobre la situación que atravesamos, la amenaza de unos datos económicos que tienen enloquecidos a lo que se llama los mercados, la tragedia de un paro incontrolable basado en las debilidades históricas de la economía española, animan la imagen de salvación que Mariano Rajoy y su partido intentan perfilar como inevitable, auspiciada por el pesimismo y la desilusión, o por la ilusión salvadora que publicitariamente se intenta construir.

Hemos visto ya sin embargo los significados de la masiva victoria municipal y autonómica del Partido Popular el pasado mes de mayo: se echará la culpa a los que mandaron antes para decidir recortes sociales (en educación y sanidad), impagos (en sanidad y dependencia), despidos de personal (en sanidad y educación); se desarrollarán, además, retrocesos en la legislación sobre contratación laboral (ya suficientemente retrocedida), protección del desempleo, pensiones, dependencia; se realizará una transformación aniquiladora de leyes progresistas como violencia de género, memoria histórica, ampliación del concepto legal de matrimonioÉ

Parece que el diálogo que se intenta establecer con la sociedad, por parte de los nuevos candidatos a dirigirla, no quiere instaurar ninguna línea clara y concreta de financiación para el desarrollo, procedente de quienes en esta sociedad, y en toda la Europa en crisis, detentan el poder económico.

Hay un clima social de prepotencia que insiste sobre que, quienes van a gobernar, aniquilarán la debilidad y la inconsistencia de los que han gobernado. En las áreas próximas al futuro poder se trabaja socialmente con desprecios a la inmigración, a la pobreza, a la marginación social.

Se anuncia que la creación de empleo, cuyos mecanismos están sin definir, será la panacea de un "cambio" social protagonizado por una nueva mayoría "absoluta" que desarrollará un crecimiento que tampoco está socialmente definido. La ambigüedad es la tónica general del programa del Partido Popular.

Podemos oír a un próximo ministro anunciando su respeto a lo público, aunque gestionado por empresas privadas en educación y sanidad, galimatías social que indica por dónde pueden ir las cosas.

La conciencia social de este país, alterada por los efectos de una crisis europea y mundial que nos golpea en todas nuestras debilidades, estará bajo mínimos si no hay un proceso de reflexión que determine lo que va a significar un gobierno de la derecha (a veces con apariencia moderna, aunque para muchos de sus protagonistas siga siendo la que mantiene las esencias más retardatarias de nuestra historia), un gobierno de aventurada prepotencia como el que se está mostrando en muchos municipios y autonomías; un gobierno en el que también la corrupción, tan presente en localidades y comunidades como la nuestra, no parece ser preocupación, ni del candidato Rajoy, ni de su entorno, pues no está siendo ni tema, ni referencia de la campaña.

Sólo una movilización electoral consciente, basada en que la salida de la crisis puede tener caminos diferentes, evitará la victoria de una derecha que nos propondrá itinerarios exclusivos en los que la crisis la seguirán pagando los más débiles.