Rubalcaba tiene un problema: su campaña se basa en advertirnos contra unos recortes sociales que estamos dispuestos a asumir si quien los pide nos habla de crear empleo.

Así son las cosas en estos tiempos de crisis. Quienes salen a la calle para defender la sanidad y la educación públicos son los profesionales de los respectivos sectores. Médicos, enfermeros, celadores, administrativos, profesores, maestros, titulares, interinos, graduados a la espera de plaza.

Cierto, hay grupos de ciudadanos movilizados contra el cierre de su consultorio, pero el grueso de la protesta lo protagonizan quienes temen por su puesto de trabajo a causa de los recortes, lo que confirma que la principal preocupación, casi la única, del momento presente es el empleo: su pérdida, la amenaza de padecerla, la imposibilidad de encontrar otro.

Como sociedad hemos asumido que los servicios públicos son una consecuencia de la riqueza generada y no una fuente de ella, y aceptamos que la caída del PIB y los cinco millones de parados tengan su traducción en las listas de espera hospitalarias y en las ayudas a la dependencia.

Lo que no aceptamos es que no se dé la máxima importancia al desempleo. Entendemos que éste es el fundamento de todo, y también lo entiende así Rajoy, que habla mucho de ello porque así perjudica a su adversario.

Y seguro que también lo entiende Rubalcaba, pero no le conviene mentarlo, y por ello insiste en hablar de otras cosas. Nos advierte contra la privatización general del estado del bienestar, pero el fantasma del paro ya llena del todo nuestro armario de los miedos.