Más que una carga, lo que la isla de Tabarca tiene es una medida que apenas es conocida por quienes sólo ven en ella la belleza, el turismo, la pesca, la fotografía y la contemplación de sus inmaculadas costas.

Esta medida se llama "capacidad de carga" y es bien conocida por todos aquellos que conocen, entienden y aman a la naturaleza. Consiste en trasladarla en forma de interrogante a los parámetros que cada lugar posee en relación con la situación de la que disfruta, los detalles más íntimos de su idiosincrasia -es decir, su extensión, su población, sus producciones, sus elementos diferenciados- y, en general, todo cuanto figura como especialmente propio del lugar.

La capacidad de carga -para acercarnos a explicaciones más comunes- es el resultado al que se llega después de valorar sus elementos más o menos exclusivos que componen un determinado lugar. Agua, aire, bosques, praderas, desiertos o páramos, playas, turismo, situación atmosférica, etcétera. Y en este caso, estudiar todos y cada uno de sus componentes para llegar a una conclusión que determine -en calidad mucho más que en cantidad- el impacto que todos esos elementos causan sobre el mismo.

La isla de Tabarca puede ser considerada como un pequeño milagro en la costa mediterránea. Tan cerca de Alicante -es uno de sus barrios-, que lo que hasta ahora no ha ocurrido, que es su destrucción, pudiera haber tenido lugar hace muchos años. Las autoridades, con bastante buen criterio, se han opuesto a que la larga y viscosa mano de la construcción masiva, aliada con el aditamento del cemento se personara en su escaso territorio. Por fortuna, parece que los alicantinos lo han entendido así hasta ahora. La isla estaba en el punto de mira de la invasión del cemento y eso parece que se ha logrado abortar. También ha tomado carta de naturaleza la no inclusión de medios de alojamiento masivo en su pequeño hinterland. Y no ha sufrido aún el acoso de la instalación de medios de diversión demasiado agresivos. Es decir, que la capacidad de carga de la isla está agotada. Pero que no está libre del ataque de los depredadores humanos. Ni siquiera la declaración, hace unos años de hacer de su entorno una reserva marina logra hacer desaparecer el temor de que alguien o algo se fije en la isla y vea que está casi vacía, casi intocada y con todos los parámetros que la hacen una joya no han sido desvirtuados. Ahora se anuncia la posible instalación de un paseo marítimo que intenta acercar a la rocosa costa la inseparable plataforma de cemento con los consabidos miradores, barandillas y demás, que dan pábulo a que si eso se proyecta para los paseantes, no hay por qué privarles de que tengan a su alcance bares, chiringuitos y toda la parafernalia de la explotación costera. Nos oponemos firmemente a ello. Nos unimos a las personas que ya se ha manifestado en contra de esa descabellada idea. Deseamos que la isla no sea tocada más de lo que ya ha sido. Los mayores recordamos una Tabarca de hace cincuenta años a la que daba casi miedo ir, debido a su aislamiento y a la sensación de soledad benéfica que invade a todo aquel que tiene la suerte de llegar a ella más o menos solitario.

La capacidad de carga de la isla ya está completa. No necesita nada más.