La novedad principal de las próximas elecciones generales en España es que los candidatos de los dos grandes partidos tienen barba. Y el segundo rasgo destacado es que ambos contendientes están ya más cerca de los sesenta que de los cuarenta años, lo que permite augurar una ocupación del poder más limitada en el tiempo. Por tanto, es mejor hablar de la barba y de la edad de los candidatos. De las cejas de Zapatero poco hay que decir porque ya van camino de la historia.

En algo más de un tercio de siglo de régimen democrático, la práctica totalidad de los cabezas de cartel de las formaciones políticas principales (con la excepción de don Julio Anguita y de don Mariano Rajoy) fueron unos señores perfectamente rasurados, y solo dos, Aznar y Gerardo Iglesias, lucieron bigote. El de Aznar era (y es) un bigote al estilo de Charlot, pero con mucha menos movilidad. Y el de Gerardo Iglesias, de galán cinematográfico de los años cincuenta, con un cierto parecido al de Clark Gable en "Lo que el viento se llevó". Habría que bucear en las candidaturas de los pequeños partidos de la ultraizquierda al inicio de la Transición para encontrar una barba frondosa. En cambio, la faz de cualquiera de los candidatos de los grandes partidos podría figurar en los anuncios de hoja Palmera acanalada, aquel acero flexible que dejaba las mejillas varoniles tan suaves como la piel del culo de un recién nacido (al menos, eso sugería la propaganda).

La barba, exceptuada la de Fidel Castro, que ya entró en la leyenda, la de Ben Laden, o la de los ayatolás de Irán, no es un recurso estético muy habitual entre la clase política mundial. Y todavía lo es menos entre los políticos españoles a partir de la mitad del siglo XX. Tendríamos que remontarnos muy atrás en el tiempo para encontrar un político español con barba. Y aún así se aprecian claras diferencias entre la derecha y la izquierda. En todas las oficinas del PSOE se puede ver en lugar destacado el retrato de Pablo Iglesias, un señor de barba cana y gorrilla de obrero que fue su fundador. En las del PP, en cambio, no hay un solo conservador histórico con barba del que echar mano para colgar su retrato en la pared. La paternidad ideológica de la derecha española no está clara. Cánovas nos queda muy lejos. Franco, que no fue precisamente un demócrata, prefería el bigote. Y Fraga, que con el mismo entusiasmo fue antidemócrata y demócrata en diversas etapas de su vida, siempre tuvo la cara limpia de pelos.

Pese a todo, la confrontación entre la barba de Rubalcaba y la de Rajoy, dos gallos con espolones, no deja de tener su interés. De dos políticos ya maduros y con amplia experiencia se puede esperar una campaña con argumentos en vez de con banales mensajes publicitarios. Eso saldríamos ganando al margen del resultado.