Cuando el baranda de Ryanair, Michael O´Leary, anunció ayer que proseguía con su recorte de vuelos en El Altet, los internautas inundaron el tráfico de la terminal con mensajes en los que, resumido en uno de ellos, predominaba el siguiente espíritu: "Pues que se vaya al de Castellón". Todo lo que se le diga a O´Leary es una insignificancia comparado con los modos que él emplea hacia el resto de la humanidad. Al desprecio por aquel que se cruce en su camino hay que sumar los padecimientos a los que somete a sus clientes. Pero tampoco vale engañarse, su fórmula es un éxito impresionante. Matamos por encontrar un hueco en la tómbola que tiene montada en sus cacharros, donde cualquiera es el guapo que se atreve a sugerir que al menos podían dar un ibuprofeno. El que O´Leary haya alcanzado por méritos propios esta imagen de marca no implica que el paulatino desapego de la compañía irlandesa deje de constituir un dolor de cabeza para una súper terminal recién parida y para la industria de la Costa Blanca por antonomasia que, mal que bien, viene manteniendo el tipo. Diferentes voces han expresado su deseo a lo largo de meses de que el conflicto de las pasarelas fuera reconduciéndose, pero no da la impresión de que el litigio mengüe. Una de las últimas en oírse, a mediados de septiembre, fue la del diputado provincial de Turismo, el torrevejense Joaquín Albaladejo, quien a pesar de ser un recién aterrizado en el cargo no tuvo empacho en sentenciar que "si no es Ryanair la que aprovecha las oportunidades de negocio que se generan, otra empresa lo hará". Cuidado con las teorías del hueco, que andamos como andamos. Con la línea 2 del Tram muerta de risa; con la Generalitat anunciando que no licitará obra hasta 2015 y con todas las oportunidades de negocio ocupando una maletita que no excede de 10 kilos. Y O´Leary, claro, lo sabe de sobra.