Se acabó la tragedia. Esa tragedia que arruinó las vidas de tantos vascos, de tantos españoles. La pretensión de conseguir la independencia del País Vasco por las armas era baldía desde su origen pero ha hecho falta una actuación prolongada y efectiva de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y una deslegitimación continuada de la banda para que hoy podamos respirar tranquilos y cerrar un capítulo ominoso de la historia de España.

Nuestra historia es cruenta. Apenas terminada la Guerra Civil, las muertes entre hermanos, comenzó una largo periodo de dictadura, uno de cuyos efectos colaterales más ominosos fue justamente prender la mecha del separatismo vasco.

Los políticos, las instituciones deben ahora encauzar el proceso de liquidación del terrorismo y abrir un necesario frente de solidaridad entre los que hasta ahora eran enemigos.

No es fácil pero tampoco muy difícil. Como en Irlanda, los protagonismos van a ser ahora de los pacificadores.

Es importante destacar que ETA llevaba tiempo sin matar, sin extorsionar. Y que los independentistas de izquierda han logrado alojarse en la dinámica política convencional, con una cuota importante de escaños.

Hay tareas pendientes, algunas tienen que ver con cerrar heridas, dar solución a los presos de la banda, ratificar el respeto a las víctimas.

Pero el problema vasco ya no da más de sí. Quedarán gentes que quieran más, la entrega de las armas, la petición de perdón, el desmantelamiento del grupo. Pero para el común de la gente lo principal ya ha ocurrido y ese sentido práctico de la sociedad española, que ha tenido que sobreponerse a la tragedia de la Guerra Civil, lo que quiere es olvidar, seguir con sus vidas y visitar el País Vasco como turistas de un territorio bellísimo.