Al PSOE no debería intranquilizarle tanto su hundimiento en las encuestas como el desinterés que este naufragio promueve entre sus antiguos votantes. Los desertores se han volcado hacia el 15M. La izquierda callejera se ha decidido a pensar por su cuenta, aunque esta corajuda decisión le obligue a quedarse a la intemperie, sin acceso a los palacios donde se fragua la desigualdad económica que pone en peligro la democracia occidental.

El PSOE cree falsamente que conserva un poder residual, mediante el que reprocha a su afición la incapacidad de discernir entre izquierda y derecha. En efecto, los votantes consideran que los socialistas han sido incluso más ortodoxos que los populares en el sometimiento a los mercados. De ahí que se hayan desconectado de la respiración artificial inducida por los falsos progresistas, sin consumar el trayecto hacia el PP.

Los indignados apuntillan al PSOE y propinan el espaldarazo definitivo al PP. El desbordamiento de la indignación ciudadana alienta el miedo entre la parroquia conservadora, que contempla las manifestaciones entre visillos. Y además, el movimiento retira a votantes socialistas. La democracia a nivel de calle es una bendición para la derecha, amén de la mayor aportación intelectual de España en el siglo XXI. Entronca con innovaciones castellanas como guerrilla y liberalismo.

Entretanto, los supersticiosos del escepticismo concluyen que el 15M no lleva a ninguna parte, y que se disolverá tras las elecciones generales. Igual que el PSOE, en ambos casos.