Había jurado permanecer en silencio en todo lo relativo al legado Miguel Hernández. Es más, me había jurado permanecer al margen de todo avatar político. Me lo aconsejaba el satisfactorio momento en que vivo y la necesidad de dedicarme en exclusiva al estudio del arte.

A lo largo de todo el centenario -¡mala época le tocó vivir al Centro Hernandiano y a quienes trabajamos en él!- he permanecido en silencio pese a la cantidad de insensateces que en torno a la salida o permanencia del legado se han dicho.

Ahora que desgraciadamente parece que abandona la Biblioteca Pública de Elche ¡qué dolor! que no residirá al menos temporalmente en una institución pública, se vuelven a reproducir algunas de las opiniones que he soportado a lo largo de dos años y pienso que tengo la obligación moral de intervenir, mal que me pese.

Ante todo debo afirmar que el paso adelante, hacia la sensatez, del grupo municipal socialista que se desprendía de cierta reflexión de Antonio Rodes en este mismo diario (deseo vivamente que no fuera una opinión a título personal, aunque lo temo) me reconfortó. Hay que meditar muy bien cómo y dónde se invierten los dineros públicos.

¿Qué pensar de un alcalde que alquilase por un periodo de tiempo un terreno por el doble del valor de compra fijado por los técnicos? Sencillamente, que era una necesidad imperiosa de su municipio o se estaba perpetrando un hecho cuanto menos punible.

Supuesto que la valoración económica del legado la realizaron técnicos de la Biblioteca Nacional y del Archivo Histórico Nacional, debo considerar que era correcta. No voy ni a citar la justificación de que la diferencia económica entre lo fijado en aquélla y lo ofrecido por el Ayuntamiento era atribuible a la valoración del fondo objetual y, sobre todo, de los cuadros, grabados, etcétera, porque creo que nadie de los que defienden esta opinión conoce ni superficialmente el fondo de la colección de estampas, ni siquiera quienes lo afirmaron desde dentro del Ayuntamiento.

Por tanto, pienso que el empeño en la permanencia debe residir exclusivamente en su rentabilidad social y cultural para la ciudad de Elche -límite estricto de los intereses de un ayuntamiento-. He leído todas las opiniones y me queda la sensación de que el legado que yo conozco y el que citan los demás son cosas distintas.

Afirman que puede convertirse en un motor cultural y económico para Elche y de ahí la imperiosa necesidad de conseguir, sea como sea, su depósito temporal. Pienso que la rentabilidad cultural de un manuscrito literario de un autor conocido vendrá determinada, en primer lugar, por su condición de inédito, en segundo, por su capacidad de atracción para el estudioso: fijar de un modo definitivo el texto, estudiar la formación de los versos, la poética de su autor, la relación con su época, etcétera. A largo plazo habrá que contabilizar también la influencia que los trabajos anteriores puedan ejercer en el conocimiento que el ciudadano posea del autor, su obra o su época.

Voy a poner un ejemplo que, por sangrante, me parece esclarecedor y no duden que conozco más. Con motivo del centenario de Miguel se llevó cabo en la Biblioteca Nacional una exposición titulada "La sombra vencida" que comisarió José Carlos Rovira, reconocido investigador del poeta y también comisario del centenario y que materializó la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Exposición que se inauguró en la Biblioteca Nacional y pudo verse en Elche.

Se editó un gran catálogo tanto por su volumen como por el número de artículos que contenía. Se supone que los autores de este catálogo son todos ellos especialistas de primer orden en Miguel o en literatura española de la época de Miguel. Pues bien, excepción hecha de José Carlos Rovira, quien allá por los 80, a través de un encargo de la Generalitat y con la colaboración de Carmen Alemany, hubo de determinar los inéditos y publicados que Josefina Manresa había cedido temporalmente al Ayuntamiento, ninguno de estos especialistas se ha interesado en consultar los manuscritos ni remitido un solo alumno a trabajar en ellos. Lo repito, ninguno. Ello es más clamoroso si se tiene en cuenta que más del sesenta por ciento de estos profesores tienen sus puestos de trabajo a menos de 50 kilómetros de Elche y que los manuscritos se hallan en gran parte catalogados en internet. Es decir, se sabía dónde estaban, qué contenían y... nadie. Mi experiencia me indica que, cuando un investigador conoce de la existencia de un material interesante para su trabajo, no sólo lo visita, hace una senda.

Habrá pues que colegir que el interés de los manuscritos para la investigación es muy reducido y, por tanto, que aquello de motor de la industria hotelera cae también por su propio peso y, aunque supongamos que queda mucho por investigar en torno a Miguel, parece ser que ello no se va realizar con los manuscritos, que los investigadores han de recurrir a otras fuentes documentales más interesantes y ésas, se lo aseguro, no se hallan en Elche.

¿Quedan valores en los que los manuscritos tengan que jugar un papel? Por supuesto, a modo de ejemplo, en el contexto de un centro de investigación hernandiano los manuscritos son imprescindibles, pero es absurdo crear ese centro en Elche sin el concurso de la Biblioteca Pública de Orihuela, se duplicarían esfuerzos y dinero. Asimismo, quedan procesos de investigación como la fijación del texto definitivo de la obra de Miguel -¡Qué desperdicio la edición de las Obras Completas con el concurso del Estado: sin fijar textos, sin notas, etcétera!- y, en ese contexto, los manuscritos son imprescindibles. Del mismo modo, lo son también para un largo etcétera de actividades siempre modestas frente a la principal que acabamos de describir, la investigación.

Confío en no haber liado más la madeja pues sólo pretendo contribuir a clarificar el verdadero valor de unos manuscritos en el contexto de la investigación actual de Miguel Hernández, a los que a poco convierten en el Museo del Prado o un género literario.

Tan sólo espero que el denominado legado de Miguel Hernández vuelva pronto a ser accesible a todos los investigadores y que las instituciones públicas velen por la seguridad, unidad y acceso de este legado (es su obligación y no he leído nada al respecto por parte de nadie) y la familia los guarde (no me cabe duda alguna) exactamente igual que lo vino haciendo hasta su ingreso en el extinto Centro Hernandiano, cuyos funcionarios sentirán idéntica tristeza a la que me invade y posiblemente la sensación liberadora que hubiera experimentado hace algo más de un año.

Rafael Navarro Mallebrera es Doctor en Historia del Arte