Si tiene la buena costumbre de seguirnos asiduamente habrá podido comprobar que durante las últimas semanas las páginas de este periódico se han llenado de los primeros avisos que nos están dando desde las distintas administraciones públicas sobre lo mal que están sus cuentas y la necesidad de introducir recortes. En algunas contadas ocasiones esas advertencias se han plasmado en realidad, como el tijeretazo dramático a las becas escolares del que este periódico se ha hecho eco, y en otras hemos asistido a una especie de amago no consumado, como la advertencia de que corren peligro las pagas extra de los funcionarios de este o aquel ayuntamiento. Nada que ver con lo que va a ocurrir dentro de poco más de un mes, una vez que la mayoría de los españoles hayamos cumplido, cual reos que van al cadalso, con el sagrado deber democrático de depositar nuestro voto en las urnas. Quién más quién menos tiene la sensación de que los principales partidos políticos nos están mirando como de reojo a la espera de que depositemos el voto en la urna para desencadenar, entonces sí, la madre de todas las batallas contra el déficit público. De esa guerra, aún non nata, ni nos habla ni nos quiere hablar el candidato con más opciones, según las encuestas, de ganar los comicios, ante el convencimiento que tiene Mariano Rajoy de que el que menos diga lo que va a tener que hacer tras el 20-N se acabará llevando el gato al agua. No tengo más remedio que darle la razón, que reconocer que la estrategia de ir a las elecciones sin mostrarnos de verdad su programa económico y sin darnos pelos y señales de dónde y a quién le van a afectar los recortes puede resultarle tan útil en su camino a la Moncloa como la que aplica el matarife cuando oculta a su víctima el cuchillo para evitar el pánico. Lamentablemente eso no cambia el resultado final.