Nuria Espert y Ana Belén son mis dos grandes mitos. Y no dejo de preguntarme cómo esos mitos no se me hacen más familiares después de compartir con cualquiera de ellas un buen arroz o, como me sucedió hace unos días en el One One alicantino, un estupendo confit de pato que Bartolo me prepara como nadie, junto a Ana y su hermano Julio Cuesta. Pues resulta que pasados unos minutos de despedirme de cualquiera de estas dos damas vuelven a colocarse en el pedestal de diosas en el que a lo largo de mi vida se han consolidado. Y ahí quedan, inmóviles, imperturbables, inasibles en un Olimpo que yo mismo he ido construyendo a lo largo de los años. La primera vez que vi en persona a Ana Belén fue en la plaza de nuestro Ayuntamiento, en aquellos inolvidables Festivales de España, interpretando Numancia de Cervantes y El sí de las niñas de Moratín. Pilar Cuesta, que así se llama en realidad mi dama, iniciaba una gran carrera teatral bajo la dirección, consejo y control del director Miguel Narros, probablemente la persona que más ha contribuido a su desarrollo artístico. Quince años tenía la dama joven del teatro español, y 60 años cuenta ahora este prodigio de actriz y cantante, cuyos sucesivos trabajos he seguido con "pasión turca". Pero es que de Ana me gustanÉ"hasta los andares", por mucho que mis amigos hagan mofa de mi pasión, desmedida según unos, poco objetiva según otros. Me da igual. Si Emilio Soler convirtió a Jacqueline Bisset en su diosa particular; si Pedro Almodóvar bebía los vientos por Andoni Zubizarreta, yo también me auto concedo el derecho a tener mis propios mitos. Tengo mis razones, basadas en la trayectoria de esta señora que ha hecho de todo y casi todo muy bien. Basta echar una ojeada al Google para conocer su trayectoria; yo me detengo en tres momentos de su carrera teatral que me la descubrieron para siempre: Sabor a miel de Delaney, El tío Vania de Chejov y la Fedra de Eurípides, esta última quizás lo mejor que le he visto en su vida, y lo he visto todo. La niña de agua que estuvo a punto de convertirse en "niña objeto" tras su primera película a los 13 años (Zampo y yo), pronto cumplirá cincuenta años en el mundo del espectáculo. Y acaba de cumplir los 60! Triunfadora también en el cine y la televisión, es en el teatro donde mejor -creo- da la talla. Y oyendo ahora Agapimu me traslado a la juventud perdida, o me reconcilio con el jazz con su versión de El hombre del piano, del inolvidable Billy Joel. Acaba de visitarnos con ese peculiar e inclasificable espectáculo que es La vida rima, enfrentada a una magnífica pianista como Rosa Torres-Pardo y guiada por las sabias manos del poeta Luis García Montero y otro de sus directores fetiche, José Carlos Plaza. Juntos consiguen un ir y venir entre la poesía y la música lleno de clase. Ana Belén me produce la sensación que me produjo recientemente la ciudad de Siena, porque creo que he conseguido algo tan difícil de describir como descubrir "su atmósfera"; y su elegancia, y su inteligencia, y su frío misterio no exento de morbo. Con permiso de su marido: esta es mi dama. Y lo será por muchos años porque le queda un largo camino por recorrer, para placer de los mitómanos (de base y con base) que, por mérito y justicia, la seguiremos siempre.

La perla. "El mito es la parte oculta de cada historia, la parte sepultada, la región que todavía está sin explorar porque todavía no hay palabras que nos permitan llegar allíÉ El mito se alimenta del silencio tanto como de las palabras". (Italo Calvino)