Alcoy es la única ciudad del mundo que ha tenido secuestrada una montaña durante cerca de diez años. El corazón de la Font Roja ha sido el rehén inocente de un polémico proyecto de hotel, impulsado por el anterior gobierno municipal del PP y paralizado finalmente tras la llegada de tripartito al Ayuntamiento.

Aunque los daños no son irreparables, este largo periodo de cautiverio ha dejado seriamente tocada la zona más popular del emblemático parque natural. A lo largo de una década, se han paralizado todas las mejoras en el entorno del santuario y se han dejado caer los antiguos chalés de la colonia de veraneo, a pesar de que se trataba de edificios protegidos, que podían ser de gran utilidad.

Mientras los montes de la Comunitat Valenciana se llenaban de áreas recreativas y de infraestructuras para los excursionistas, el cogollo del Carrascal languidecía en un abandono perfectamente planificado. El objetivo era claro: conseguir la degradación del conjunto, para después venderle a la opinión pública que un hotel era la única salida posible. Nos hallamos ante el planteamiento clásico de un secuestro: hasta que no se acepte la polémica infraestructura hostelera, la Font Roja seguirá cautiva y sometida a un régimen estricto de pan y agua.

Tras la liberación, llega el momento de devolver a la vida al secuestrado. Enterrado definitivamente el proyecto de hotel, el Ayuntamiento de Alcoy debe decidir qué quiere exactamente para la Font Roja. La asamblea ciudadana, que durante meses ha canalizado el rechazo a la privatización del paraje, ha dado ya algunas pistas de por dónde deberían ir los tiros. En primer lugar, el colectivo ha propuesto la aprobación de un férreo cordón sanitario de normativas urbanísticas de protección, que garantice la inviabilidad legal de cualquier futura tentación hotelera.

En segundo lugar, se plantea un ambicioso plan de usos, destinado a revitalizar un paraje que lleva ya demasiado tiempo flotando en el limbo. El proyecto de la coordinadora propone regresar a aquellos lejanos días, en los que el Carrascal era un espacio de encuentro social entre los alcoyanos y parte del convencimiento de que la mejor manera de valorar la importancia de este parque natural, es conocerlo y disfrutar de él. Al gobierno municipal le toca desarrollar estas ideas.

Tras la euforia por la paralización del cuestionado hotel, es el momento de ponerse el mono de faena para perfilar un nuevo modelo de gestión del paraje, en el que el interés colectivo prime sobre las maniobras especulativas. La posibilidad de financiar esta nueva etapa con los 3,7 millones de euros presupuestados por la Diputación para el establecimiento hostelero es un camino complicado y lleno de aristas políticas.

En el caso de conseguirse este dinero, estaríamos ante una actuación cargada de simbolismos, ante una especie de pago de los daños y perjuicios por los diez años de injusto secuestro a los que ha sido sometida nuestra montaña sagrada.