Ante la policía y los jueces se dan muchos casos de amnesia precoz que ni se diagnostican ni se tratan. En los años ochenta leí abundantes partes policiales en los que una persona joven no recordaba su nombre, ni su dirección, ni qué hacían en sus manos cinco radiocasetes cuya propiedad no podía probar. A consecuencia de esa amnesia repentina, no estaba en condiciones de establecer ninguna relación entre los hechos que había olvidados y los cinco coches violentados en la calle donde había sido detenido.

A diferencia de aquellos jóvenes, adictos a la heroína y desocupados, el casi octogenario Jacques Chirac (18 años alcalde de París, en dos ocasiones primer ministro y 12 años presidente de la República Francesa) tiene un diagnóstico que explica su falta de memoria sobre unas acusaciones de presunta corrupción, desvío de fondos públicos y amiguismo de hace dos largas decenios.

Chirac quiere ser juzgado -no así su mujer y su hija, más "chiraquistas" que él- como un ciudadano cualquiera pero pide que sea en su ausencia, representado por sus abogado. El mal de Chirac no son unas almorranas que desaconsejen que se siente en el banquillo, sino una enfermedad neurológica, anosognosia, que, dicen los teletipos, acarrea pérdida de memoria y, según el diccionario y la etimología, consiste en no tener conciencia del mal notorio que se padece.

Sus inveterados rivales políticos, los socialistas franceses, sedientos de justicia, no dudan que tenga esa enfermedad por lo desmejorado que le han visto en unas fotos de este verano. Diagnosticar una enfermedad de la mente por unas fotografías es tener ojo clínico, lo que demuestra que además de socialistas son buenos médicos.

Ciudadano cualquiera, ojalá la muerte, como a Chirac la justicia, te cojan en la vejez, sin posibilidad de castigo y, a ser posible, pudiendo enviar a los abogados en tu lugar.