Bertrand Russell, en su tratado sobre la búsqueda de la felicidad, afirma que la mitad del trabajo que se realiza se hace para arreglar lo que se ha hecho mal. En general la clase política ha estado afectada de un activismo sin dirección favorecido por los numerosos ingresos que dejaba la burbuja inmobiliaria. Se gastaba porque algo había que hacer, pero pocas veces se hacía conforme a una necesidad verdadera o de un modo racional, planificado y coherente con los fines y el lugar. Prueba de lo que digo es la dificultad para invertir los fondos que desde Madrid o Valencia, por centrarnos aquí, enviaron; a pesar de que la boca se les llenaba con frases huecas del estilo: "Son tantas las necesidades...", bueno, pues cuando les dieron los fondos para fomentar empleo en obras se comprobó que, aparte de cambiar acerados o hacer pistas deportivas, poco se les ocurrió.

El problema de hacer las cosas sin pensar en qué fin perseguimos, su función y la duración que esperamos, es que se recurre a la rutina y se escatima en el diseño, la calidad y la funcionalidad. Y los ciudadanos caemos fácilmente en la complacencia que se refleja en la repetida expresión: "Al menos han hecho algo". La plaza de la Ocarasa es un ejemplo que ya denuncié en su día, pero que como no se hace nada y vivo al lado, pues insisto a ver si el nuevo equipo de gobierno es más sensible. No reclamo grandes inversiones, nada más un poco de sentido común.

Parte de la culpa es de los técnicos, que influidos por la desidia política y otras cosas se preocupan más de la burocracia que de realizar proyectos innovadores, funcionales, bellos y originales, tanto cuando les toca a ellos la labor como cuando les toca la supervisión. Si me reclaman una zona de juego, pues me voy a los manuales y hago una reglamentaria. Nada de interesarse por otras experiencias o posibilidades. Y esto es lo que han hecho con el parque que nos ocupa, un lugar sin personalidad, de difícil uso en los meses de calor -la vegetación apenas cubre- con una pista de futbito donde los niños y mayores chocan permanentemente por el espacio y, como no, con una dotación de juegos para la tercera edad realmente peligrosos si pasas de los cincuenta años.

Aunque sólo sea eso, debería replantearse el espacio de juego deportivo para que niños y jóvenes puedan compartirlo sin riesgos ni exclusiones, siempre de los más pequeños, claro. Al ser una sola pista se juntan los que usan las canastas de baloncesto con los que juegan al fútbol, con el peligro que conlleva de choques y riñas; además, si hay un partido a todo el campo, muchos chicos se quedan apartados cuando hay un enorme espacio sin equipación que podría adecuarse. Las pistas no deben ser reglamentarias, sino aptas para los usos recreativos de niños de muy diversas edades y se debe evitar que su utilización favorezca los accidentes; casi cambiando la orientación se ganarían varias zonas y evitaríamos que muchos niños pasen su tiempo aburridos viendo como no les dejan jugar o arremolinados entre grandotes que no les pasan la pelota, cuando entre ellos podrían organizar su propio juego.

Tampoco estaría mal peatonalizar la calle Aragón y crear un bulevar en la zona donde más actividad económica y social se concentra. No afecta casi nada al tráfico, aumenta mucho la seguridad, fomentaría los negocios, incrementaría el interés del parque y daría nacimiento a un espacio inédito, hoy invadido por los coches.

Nada de lo expuesto supone grandes gastos y su repercusión sería enorme en la utilidad, seguridad y buen uso del espacio público. A veces la mejor idea es escuchar a los demás, lo que yo expongo no es sólo una ocurrencia personal y así lo he manifestado en otros artículos. Espero respuestas.