Para la inmensa mayoría de los ciudadanos las dos principales fuerzas políticas españolas juegan, por utilizar un símil futbolístico, en un palmo de terreno. Sus diferencias son tan de pequeño matiz que si no llevaran puestas las camisetas de sus respectivos partidos -PSOE Y PP- no tendríamos manera de distinguirlos. Esto es más culpa de la izquierda que de la derecha, porque han sido los socialistas los que de un tiempo a esta parte, y con más profundidad desde que estallara la crisis financiera, han abrazado las tesis liberales -¡bajar impuestos es de izquierdas!- y se ha alejado de los principios de la socialdemocracia.

Seducidos por los cantos de sirena de los mercados, muchos altos cargos socialistas se han distanciado de las políticas que buscaban la equiparación social de los ciudadanos para montarse en coches oficiales de lujo, vestir ropa de primeras marcas y tirar de visa oro en hoteles y restaurantes a costa de los contribuyentes. Todo ello aderezado, en última instancia, con medidas de ajuste económico que han perjudicado a las clases medias y bajas para satisfacer las exigencias de los mercados. Han sido ellos los que han sucumbido a la atracción fatal del dinero y los que, con esta forma de actuar, se han mimetizado con la derecha y han puesto a los ciudadanos ante la tesitura de elegir entre un gobierno que ha fracasado en la lucha contra la crisis utilizando las armas del neoliberalismo -el de Zapatero- y un aspirante -Rajoy- que promete combatir la recesión con las mismas armas, pero que vende la efectividad del que reclama como propias por naturaleza estas medidas. Parece claro que, en estas circunstancias, el 20-N los españoles van a optar por el original y van a descartar las malas imitaciones.

Que ese sea el camino que nos devuelva a la senda del crecimiento y reduzca las listas del paro está por ver -de momento no parecen servir todos nuestros esfuerzos, reforma de la Constitución incluida- lo que sí está claro es que esa forma de actuar, la del recorte, es la única alternativa que hasta ahora se le ha puesto encima de la mesa a los españoles. Movimientos como el que encarnan los indignados del 15-M demuestran que una parte cada vez mayor de la sociedad está demandando otras políticas económicas que se hagan pensando más en los ciudadanos que en los mercardos. Existe, pues, una necesidad de canalizar esas reclamaciones de cambio para transformarlas en normas y leyes y para eso, en democracia, están los partidos y más concretamente las formaciones de izquierda, históricamente más receptivas al grito de la calle. Pero ya no basta con incluir cuatro o cinco propuestas en un programa electoral, como parece querer hacer Alfredo Pérez Rubalcaba. Ese tiempo ha pasado. Ahora se trata de comprometerse con reformas profundas del sistema político -por ejemplo, con las listas abiertas-, de plantear medidas que pongan coto al sinsentido de unos mercados enloquecidos que se comen todos nuestros ajustes subiéndonos los intereses de la deuda, y de activar políticas creadoras de empleo -como está intentando hacer por cierto Obama en los Estados Unidos con el apoyo de la Reserva Federal en contraposición con un Banco Central Europeo que hasta hace bien poco nos estaba subiendo el precio del dinero- además de defender a capa y espada el mantenimiento de los logros del Estado del Bienestar.

Está claro que todo esto llevará tiempo, que algunas cosas van a ser difíciles, muy difíciles, de lograr porque no dependen de la voluntad de un país sino de las decisiones que tomen en estructuras políticas más complejas, como la Unión Europea, pero nadie espera, ni siquiera con Mariano Rajoy en la Moncloa, que todo cambie de un día para otro como por arte de magia y que la crisis y la recesión desaparezcan a toque de varita. En estos momentos se trata de mostrar y de demostrar, tanto aquí como fuera de nuestras fronteras, porque sin Alemania o el BCE todo está condenado al fracaso, que hay otro camino posible al conocido de apretarnos el cinturón y recortar políticas sociales para salir de la crisis, que existe una vía capaz de compaginar políticas fiscales con ahorro del gasto, libertad de mercados con regulación de según que tipo de operaciones especulativas y el mantenimiento de servicios públicos esenciales con la gestión eficaz del dinero público.

El horizonte pinta muy negro para todos, la amenaza de la suspensión de pagos en Grecia está a punto de convertirse en una realidad y de ahí al tan temido efecto dominó hay un solo paso, pero lo peor que podemos hacer es dejarnos llevar por el pánico y arrasar con todos los logros sociales de los últimos 50 años. El miedo se combate encendiendo la luz, identificando y analizando todos y cada uno de los elementos que están haciendo que el mundo en el que hoy vivimos sea mucho peor que el de ayer pero mucho mejor que el de mañana y no echando a correr alocadamente hacia adelante porque ahí lo único que hay es el precipicio.