Siguiendo la lógica implacable de los tiempos electorales que corren, las caras son más importantes que los programas. Véase si no el despliegue alrededor de la figura de Alfredo P. Rubalcaba, quien, ciertamente, da mejor en las encuestas que la cara de Mariano Rajoy, razón por la cual el pesoe se va a centrar en la imagen de su candidato, de donde surgirá, como de una fuente, la gramática de su ideario político.

Pero si de caras se trata, no vendría mal hacer un sucinto análisis de las principales que, según los indicios publicados, y si nada o nadie lo impide, van a ser las que se sometan al escrutinio ciudadano por la circunscripción de Alicante de la mano de los partidos mayoritarios.

Vaya por delante que, de un dilatado tiempo a esta parte, las personas que representan a Alicante en el Parlamento, salvo alguna honrosa excepción, no se han distinguido precisamente por aportar valor y relieve a los intereses y deseos de sus representados. No es un secreto que la provincia de Alicante ha perdido peso en el conjunto del Estado. Es cierto que los candidatos y candidatas de las diferentes listas se deben al programa y a la disciplina del partido por el que se presentan, pero no lo es menos que alguna responsabilidad -yo creo que mucha- contraen con las personas que les votan, máxime cuando en el mundo real en que vivimos los diferentes grupos de presión, ciudades y territorios, pugnan por hacer valer sus intereses en las decisiones que luego afectan a todos.

Tal vez debido a la debilidad crónica de las formaciones partidarias locales, la historia reciente de las listas arroja un balance desolador, cuyos rasgos más destacados son los candidatos cuneros, los candidatos de quita y pon, los candidatos abandonistas a las primeras de cambio, y los candidatos-revelación, que luego resultan ser irrelevantes. El resto prácticamente no cuenta, salvo para votar desde su escaño.

El diputado cunero por excelencia es Federico Trillo, un señor de Cartagena que lleva los asuntos jurídico-políticos del pepé y que aparece por Alicante al filo de las elecciones para hacerse la foto y después desaparece sin decir adiós. Una diputada de quita y pon es Leire Pajín, que es elegida para acto seguido abandonar el escaño y dedicarse a otras tareas que le encomienda su partido -seguramente más importantes- y después vuelven a presentarla. Estas dos personas son, probablemente, ejemplo de clase política pura y dura, que a estos efectos significa que están por encima de los deseos de los electores. Luego hay flamantes diputados, como Bernat Soria, que una vez constatan que el puesto de diputado -que es una carrera de fondo- causa decepción, vuelven a sus ocupaciones, y otras candidaturas-revelación, que no cito, pero cuya estrella se eclipsa tan pronto pisan las alfombras de Madrid.

Sin embargo, los efectos derivados de estas debilidades son diferentes en el pepé y en pesoe. En el pepé poco parece importar la índole de los candidatos, pues más allá que los tira y afloja entre padrinos y clientelas que pelean sus diferencias en el cuarto oscuro de los comités, se tiene la certeza de que los electores se dejan llevar por la flauta mágica de Don Mariano, que al parecer les encanta. En el pesoe, sin embargo, conforme al tópico, se da un mayor nivel de exigencia, por lo que los electores naturales de este partido no siempre están dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Y este es un Talón de Aquiles del velocista Rubalcaba. Porque si el candidato Rubalcaba no consigue colocar caras coherentes con su renovado programa y no pone tierra de por medio de la ruina provocada en su partido por su antecesor, debe tener por seguro que sufrirá un severo varapalo.

Unos y otros, pues, hacen buena la percepción ciudadana de que quienes nos representan, o sea los que encarnan la soberanía popular en sede parlamentaria, son entes ajenos a las preocupaciones de la gente, resultado de apaños internos de sus organizaciones, las cuales, a su vez, están progresivamente alejadas de sus propias bases.

Como decía, el efecto es más letal en el caso del pesoe. Por lo que llevo visto y leído, las propuestas de listas muñidas en el entorno de Jorge Alarte, un Alarte cada vez más cuestionado por su fracaso político y recluido con su grupo de fieles, van en la dirección contraria de lo que convendría a Rubalcaba. Lo de la ciudad de Alicante es caso especial, el más emblemático tal vez del desquiciamiento que provoca un fin de ciclo en las filas del pesoe: una agrupación enmudecida, sometida a una gestora que no parece interesada en darle voz y dinamismo y que, entretanto, baraja nombres que, a modo de solución, coloca en lo poco que queda, cuando en realidad, ese es el problema.