Para estas vacaciones de verano me había hecho firmemente dos promesas: no llevarme trabajo a casa y despreocuparme por el control de mi peso. La felicidad por la seguridad en el cumplimiento de ambas (sí, lo he hecho) se veía sólo empañada por la reforma que se me venía encima en septiembre. Llevaba ya algo más de dos años resistiéndome a ella pero las presiones familiares se habían hecho ya insostenibles, así que tenía que aprovechar las vacaciones para recargar las pilas ante la que se me venía encima. No hace falta que les cuente lo que supone meterse en obras en casa. Y si, además, coincide con la vuelta al trabajo y al cole la cosa es como para meterse en la cama y desear que pasen por lo menos tres años de golpe. Pues eso, que ya me encontraba yo con energía para encarar la reforma y mira tú por dónde, justo el día que me pongo en marcha con las gestiones definitivas, va el presidente del Gobierno y anuncia la reforma exprés de la Constitución. ¡Hala!, a tomar por el saco la energía acumulada. Me hirvió la sangre. Sobre todo cuando leí un artículo de Felipe González en el que afirmaba que la cosa de la estabilidad presupuestaria también se habría podido hacer sin reforma constitucional pero que ésta, con ese propósito concreto, "vale para asegurarnos la voluntad que nos falta". Si es cuestión de asegurar esa voluntad, hora sería de reformar la Constitución para reconocer y visibilizar a las mujeres como sujetos (como, por cierto, sí hizo Alemania en 1994, seguida de Francia, Portugal, Bélgica e, incluso, Italia, aunque fuera tímidamente). Ya no hablo de la vergonzosa y vergonzante discriminación directa a las mujeres en la fórmula de sucesión de la Corona, sino de todo aquello que quedó fuera del consenso constitucional y que afecta de forma directa a las mujeres, como la libre decisión sobre la maternidad, por ejemplo. Ninguna de las leyes aprobadas en estas dos últimas legislaturas sobre igualdad de mujeres y hombres se está cumpliendo. Más bien hay un constante boicoteo a su cumplimiento y nada garantiza que lo que ahora, al menos, existe en la letra de la ley, no vaya a desaparecer. Si se justifica esta reforma constitucional en la necesidad de asegurar la voluntad que nos falta para cumplir con las normas ya existentes que obligan a la estabilidad presupuestaria ¿no tendría más justificación una reforma para obligar al cumplimiento de la normativa de igualdad?