TeleSur es una franquicia televisiva del ínclito Chavez de Venezuela. Un bodrio televisivo donde las proclamas anti no sé qué imperio se desgranan por un puñado de rojos, muy rojos. Gente que defiende a Gadafi y que añora el comunismo. ¡Cómo está el patio! El otro día me enchufé un programa de conferencias tituladas "La Fábrica de las Mentiras", en las que unos supuestos intelectuales de pacotilla se enfrentaban contra las ideologías democráticas de Occidente. Un bodrio.

Traigo el título de ese programa televisivo para recrear la situación en la que un puñado de directivos-políticos de la CAM ha provocado su muerte. Han sido muy pocos los que han manejado la información, y las mentiras. La gran hecatombe de esta centenaria institución ha sido la sarta de mentiras con las que ocho o diez, no más, han manejado el cotarro de la Caja.

Les voy a contar cómo ha sucedido. Primero se han repartido el poder entre un manojo de personas, capitaneados por su antiguo Director General, que nunca dejó de serlo. Sólo unos cuantos sabían la situación real. Primero, en esa época de bonanza, se dieron préstamos muy arriesgados y muy especulativos con pocas garantías. Se metió a la Caja, contra la prudencia anterior, en una ruleta rusa de inversiones inmobiliarias con expectativas de futuro. Se hizo a buena fe, dicen. Puede ser. Pero se equivocaron. Cuando hace tres años el barco empezó a hacer aguas, se llamó a los inversores y se renegoció sus préstamos (con dos o tres años de carencia) para demorar el problema, y ganar tiempo. Se trataba de esperar un cambio de escenario económico que hiciera posible el pago, a esos que ya no podían pagar esas millonarias inversiones. Y no se puso mejor. Entonces, y no ahora, debió intervenir el Banco de España. Bien cambiando a sus directivos, por incapaces o insensatos para dirigir el nuevo escenario; o haber intervenido la Caja directamente. Pero, no.

Se trataba de ocultar, mentir, con las cuentas, haciéndonos ver que esas inversiones invernaban, pero no eran fallidas. Mentiras. Esas son las mentiras intolerables de las que deberán dar cuentas los cinco o diez muñidores de balances que ha tenido esa magnífica institución. Mentiras y muy gordas que han servido para intentar fusionarse con otra entidad y salvar sus muebles, pero los suyos personales. Con unas indemnizaciones que dan asco. ¿Qué empresa paga a sus directivos para que se vayan cuando su gestión es mala, malísima? Pero esas mentiras servían para ganar el tiempo necesario de la fusión que ocultaría la debacle. Y ellos, los cuatro que han manejado el cotarro, se salvaban. Salvando a la Caja. Pero, no. Una caterva de vanidades, incompetencias y politiqueos baratos imposibilitó la fusión natural con nuestra vecina Cajamurcia. ¿Quién creían estos cuatro mandamases de la CAM que eran ellos? Las exigencias de todos los que se aproximaron para fusionarse eran estrictas. ¿Cómo no lo iban a ser cuando la información que empezó a filtrarse, y a ser veraz, era terriblemente mala para la salud de la Caja? Cajastur se fue. Porque las mentiras, la fábrica de mentiras estructurada por ese ramillete de supuestos banqueros era evidente.

Han salido diciendo que otros estaban peor. ¡Y qué más da! Siempre se buscan los males de otros para ocultar nuestras miserias. Nunca esta provincia volverá a ser lo que fue, gracias a los miles de empleados, clientes e inversores que confiaron y trabajaron por hacer de esa caja, la Caja. ¡Qué pena! Ni siquiera han tenido la decencia de reconocer alguna culpa. O de reconocer su incompetencia. Deberían hacer como hicieron los directivos de la planta de Fukushima. Venir a la sociedad, y especialmente a los magníficos empleados de la CAM, e inclinarse para pedir perdón. Perdón que jurídicamente tendrán que enfrentar. Porque la fábrica de mentiras puede estar ocultando un agujero de más de ocho mil millones de euros. Si eso es así, dígase cuanto antes. Porque la verdad es la única amiga de la estabilidad financiera y empresarial de un banco. Un día darán cuenta en los juzgados por este desaguisado. Y habrá justicia terrenal. La que sea. Porque la justicia divina no es de este negociado. No se puede mentir. Y de lo que no hay duda a estas alturas es que alguien ordenó mentir sobre las cuentas para ganar tiempo. Y el tiempo se los ha comido con patatas fritas. Y se pudo evitar, pero no con éstos.