Antes de las 9, cuando al Consell que supuestamente iba a nombrarlo aún le quedaba para reunirse, Ripoll presentó su renuncia al acta de edil oyente en el Ayuntamiento de Alicante. Me lo imagino intentando a continuación leer la prensa viniéndole a la cabeza una y otra vez la de veces que repitió en primavera que su acceso a la presidencia de la Dipu no estaba en cuestión. Es verdad que, desaparecido Camps -es un decir-, se acabó parte de la rabia. Pero esas horas que transcurrieron hasta su nombramiento como máximo responsable del Puerto debieron servir a Ripoll para convencerse de que la nueva situación en la que ha entrado es la de mantenerse en el alambre. En realidad, al margen de los sastreadores del camino, la estrella de la recién estrenada Autoridad Portuaria se oscureció de forma patente el día en que la poli tomó su casa. A raíz de ese escenario, el aún presi provincial del partido cuasi hegemónico fue diluyéndose y se mostró sin convicción para dar la réplica en la guerra que los divide. La fuerza, aunque a duras penas, se le iba por la boca. La falta de pulso lo dejó sin poltrona en la avenida de la Estación y, de paso, nos ha arrebatado el enconamiento entre su titular y la primera autoridad municipal más cercana, que se había convertido en celebrada tradición. A la espera de lo que dé de sí el triángulo formado por Luisa Pastor, Mercedes Alonso y Sonia Castedo, que promete -acuérdense-, la tela marinera se traslada a pleno litoral puesto que esta útima ha deseado a Ripoll suerte en la travesía, lo que indica que debería ir a la toma de posesión pertrechado en más de un flotador. Mientras tanto, Campoy opta clarísimamente al Príncipe de Asturias de disciplina por el aguante demostrado durante las semanas que Mou Rajoy y sus ayudantes le han mantenido el dedo metido en el ojo. Ahora falta comprobar cómo le sienta el guiño al Puerto.