El lunes, como muchos millones de espectadores saben, volvió David Janer, el Águila roja de La 1. Lo hizo bien el chico, con sus mandobles, sus saltos de rana, sus vuelos y sus amores, luchas, peleas de familia, y encontronazos con su hermano el malo, aunque es el único que no sabe que es su hermano. Esta noche vuelve más adolescente que la temporada pasada El barco a Antena 3, y como uno ya ha visto el capítulo, prometo que Mario Casas no enseña gayumbos ni Blanca Suárez braguitas, aunque sí hay escena de ducha de Irene Montalá, pero nada, pelo mojado, toalla rápida, y poco más, como corresponde al personaje de la científica del navío. Pablo Motos tiene desde el lunes a sus hormigas pastando en la misma cadena, acompañado por Mario Vaquerizo, marido de Alaska, demostrando Su Eminencia que su apuesta por la inteligencia de peluche va en serio, y con Trancas y Barrancas no está el cupo cubierto.

Si con los muñecos le encantaría hacer un debate entre Rubalcaba y Rajoy, a qué cotas de responsabilidad no llevará al humano Vaquerizo. Me espeluzna pensarlo. Y también desde principios de semana, pero en La Sexta, Antonio García Ferreras presenta Al rojo vivo, una tertulia política como las de antes, o sea, yo tiro a la izquierda, yo tiro a la derecha, o yo no me caso con nadie. Fue ahí, la otra mañana, cuando de repente, como si se tratara del sueño de un guionista de las series y programas mentados, apareció en su plenitud. Y lo hizo por sorpresa, dando vueltas, saltos de rana, mandobles, saludando como un vendedor de prodigios, con risa exagerada, su risa loca, loquísima, Francisco Camps, el hombre que vive como Belén Esteban, en una realidad paralela.