La renuncia de Steve Jobs al puesto de director ejecutivo de Apple ha hecho correr en los últimos días ríos de tinta, tratando de analizar, por un lado, qué será de la empresa de la manzana e incluso del mundo tecnológico tras su adiós, pero también, por otro, glosando la personalidad y las intervenciones públicas del carismático inventor de productos como el iPhone o el iPad y presentando en algunos casos sus ideas y experiencias vitales como otro producto más que cualquiera puede adquirir y hacer propio, como se compra el iPhone o el iPad.

No cabe duda de que Jobs ha sido una de las personas que han marcado una generación, un antes y un después en la evolución de la tecnología y el marketing moderno. Un visionario. Un innovador nato. Un genio. Y ahí están sus productos: un emblema de la modernización digital. Pero las experiencias vitales no son productos hechos para el consumo masivo, ni intercambiables, y en el caso de Steve Jobs, para lo que muchos acaba en su asombrosa contribución a la evolución de la sociedad digital, para otros se prolonga unos pasos más allá, hasta abrazarlo como un líder espiritual, alguien cuyas palabras son, no ya el interesante estímulo de una persona que ha logrado sus metas y sueños, sino un dogma de fe. Y cuando, por un lado, la experiencia personal de alguien se presenta como un producto más casi a la venta; por otro, el discurso del protagonista exhorta a los demás sobre cómo vivir la vida, y hay finalmente y como tercer y principal elemento, un potencial público receptivo, rendido ante sus palabras sencillamente porque es la experiencia excepcional de un genio que ha alcanzado un éxito inenarrable, se puede caer en el peligro sobre el que paradójicamente el propio Jobs trataba de alertar en alguna de sus intervenciones: vivir la vida de otros, emular a alguien antes que forjar el propio camino para salir adelante.

En ese sentido, en el de recuperar sus experiencias vitales tras su renuncia como director ejecutivo de Apple, una de sus intervenciones más citadas estos días ha sido su discurso en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford en 2005.

El discurso, indudablemente emotivo, contiene pasajes geniales, pero también pasajes discutibles, y otros que si se hacen propios sin reflexionar antes sobre ellos y se toman, o se compran como otro producto más del genio de Jobs, pueden conducir a un desierto en su formación integral no sólo a quienes lo siguen como casi un líder espiritual sino también a todos aquellos que se han acercado estos días por primera vez a Steve Jobs, con motivo de su renuncia.

Para quienes no lo conozcan, el discurso de Jobs en Stanford se estructura en tres partes, en tres historias breves sobre su vida. En la primera, en la que explica cómo lo que había hecho antes empezó a servirle después, o "cómo se conectan los puntos", según sus palabras, relata su entrada en la universidad a los 17 años y su salida de los estudios reglados seis meses después, porque no le veía propósito alguno. Ya no volvió a las clases obligatorias, y sólo asistió a las que le parecían interesantes, como por ejemplo, las de caligrafía, antes de dejar la universidad definitivamente 18 meses después. "Nada de esto tenía ni la más mínima esperanza de aplicación práctica en mi vida. Pero diez años más tarde, cuando estábamos diseñando el primer ordenador Macintosh, todo eso volvió a mí. Y diseñamos el Mac con eso en su esencia. (É) . Si nunca me hubiera dejado caer por aquél curso concreto en la universidad, el Mac jamás habría tenido múltiples tipografías, ni caracteres con espaciado proporcional", comenta Jobs en su discurso. "No se pueden conectar los puntos hacia adelante, sólo puedes hacerlo hacia atrás. Así que tenéis que confiar en que los puntos se conectarán alguna vez en el futuro. Tienes que confiar en algo -tu instinto, el destino, la vida, el karma, lo que sea. Porque creer que los puntos se unirán te dará la confianza para seguir a tu corazón. Esta forma de actuar nunca me ha dejado tirado, y ha marcado la diferencia en mi vida", concluye en esta primera parte.

En la segunda parte habla sobre el amor y la pérdida, y en la tercera sobre la muerte. Pero es en esta primera parte, y en las apostillas finales en las que anima a los graduados a ser alocados, atolondrados, imprudentes (foolish), en donde la experiencia excepcional de un genio como Jobs puede ser asumida equivocadamente como válida para todos, como camino a seguir, como un producto que se compra y sirve para todos, como sus geniales inventos.

Al discurso de Jobs se le podría criticar, por ejemplo, animar a los estudiantes a tratar de tomar un atajo que generalmente casi nunca existe: dejar la matrícula y asistir sólo a lo que parece interesante o renunciar a lo que precisamente exige el estudio en una universidad de élite como la de Stanford: el sacrificio, el esfuerzo diario y sostenido. En muchas ocasiones, sólo con el sacrificio se llega al final del camino y sólo estando en contacto con otras áreas disciplinares "menos interesantes", se conforma en el ser humano una visión integral de la sociedad. Quienes han estudiado la creatividad saben de la importancia de la asociación de ideas procedentes de distintos ámbitos en el proceso creativo.

Al discurso de Jobs se le podría criticar también su invitación a dejarse guiar por el instinto, por el corazón, el karma, renunciando a hacer partícipe de las decisiones a nuestro raciocinio, de una manera equilibrada, cuando probablemente las mejores decisiones son las que se toman armonizando coherentemente y en su justa medida racionalidad e intuición, no una intuición entendida como presentimiento, sino como conocimiento no verbalizable, asociado al ADN o a experiencias previas o analogías que no afloran o no pueden explicarse.

Al discurso de Jobs se le podría criticar, asimismo, su llamada a los estudiantes a ser alocados, aunque tal vez el cierre con el que concluye su intervención en inglés, (stay hungry, stay foolish) deba interpretarse en un sentido menos literal, y traducirla por manteneos insaciables, manteneos atrevidos.

Al discurso de Jobs, genial en casi todos sus otros pasajes, se le podría criticar, en definitiva, en estos puntos comentados, no haber tenido en cuenta que no todos son como él; que sus palabras alientan a los estudiantes a emular a Jobs sin ser Jobs. Estos fragmentos del discurso de Steve Jobs servirían, tal vez, en un mundo en el que todos fuéramos genios, en un mundo en el que todos fuéramos Steve Jobs. Aunque tal vez tampoco, porque en un mundo en el que todos fuéramos genios, en un mundo en el que todos fuéramos Steve Jobs, tal vez sus consejos tampoco serían útiles, porque entonces, seguramente, el mundo también sería distinto.