Si usted vive en la provincia de Alicante y es uno de los tantos aficionados al teatro, al clásico, al de vanguardia e incluso al medieval; si le gusta disfrutar de las buenas bandas de música nacidas en esta tierra, de las formaciones estadounidenses de jazz que cada año nos visitan, o de la danza, de la zarzuela, de la lírica en general; si disfruta viendo el trabajo de los nuevos realizadores de cine, de los cortometrajistas más punteros, de lo mejor del videoclip musical que se hace en España; si se deleita contemplando las obras y las exposiciones temporales que alberga uno de los mejores museos arqueológicos de Europa, o si es de los cientos de ciudadanos que cada primavera se pasa por el Postiguet para ver un cielo plagado de vivas cometas; si alguna vez ha acompañado a sus hijos a contemplar un espectáculo de títeres o ha escuchado a sus chavales lo que han aprendido y disfrutado con las mil posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías es un espacio de nombre tan acertado como Camon, o si algunas tardes se ha dejado caer por "el Aula" para gozar del magisterio de intelectuales, artistas, músicos, premios nobel, deportistas o periodistas, tiene sobrados motivos para preocuparse. Porque todo eso, y mucho más que no cabría en este espacio, puede que no lo vuelva a ver más, o al menos en la forma que hasta ahora lo hemos podido hacer. Todo eso lo subvenciona la CAM, por no hablar de los programas sociales de la entidad. Los festivales, teatros y mercadillos medievales cuestan mucho dinero y en algunos casos su realización solo ha sido posible por la contribución de la caja -en algunos casos con más del 60 por ciento del presupuesto total- pero la caja, como hasta ahora la conocíamos, ya es historia. Sin las ayudas de la CAM, gran parte de la cultura que se hace en la provincia sencillamente no existiría y la que viene de fuera pasaría de largo. Para una provincia en la que las iniciativas culturales privadas son casi anecdóticas y con la crítica situación actual de las arcas públicas, incapaces de desarrollar proyectos atractivos por su coste, la adquisición de la caja por un banco al que nada obliga a gastar en cultura sería sencillamente una hecatombe, un desastre para la cultura alicantina. Alcaldes, consellers, diputados, concejales y programadores culturales deben mucho a la entidad, sin la cual no habrían anunciado, presentado ni programado decenas de eventos. Es el momento de que esos políticos -y las personalidades de la cultura que han trabajado gracias a esos presupuestos- a los que no oímos decir ni mu cuando la caja intentaba sobrevivir a su destino, alcen la voz para reclamar la continuidad de lo que creemos nuestro por derecho propio.