Todo empezó la noche del 9 de mayo de 2010. Fue una madrugada de insomnio, con un solitario Rodríguez Zapatero colgado al teléfono para que la vicepresidenta Salgado le informara de la marcha de la importante cumbre de los ministros de Economía y Finanzas de la UE. Sobre la mesa estaba la posibilidad de un rescate a España, que luego se supo que estuvo al borde del mismo abismo donde ahora yacen griegos, irlandeses y portugueses. De madrugada tomó una decisión sobre una serie de medidas económicas de extremada impopularidad, devastadoras para su imagen y la del Partido Socialista, en un intento de atajar una crisis que negó y no supo abordar a tiempo, mientras la deuda exterior se encarecía, España bajaba en la calificación de las grandes agencias y se seguía perdiendo empleo. El pánico o la responsabilidad que se presume a todo presidente hizo que Zapatero traicionara a sus convicciones sociales y renunciara a sus metas para dar un giro radical a su política económica. De golpe, el presidente cambió Rodiezmo por el Fondo Monetario Internacional y claudicó ante las exigencias de los mercados, de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. No sería la última vez.

Esa noche se gestó su decisión más difícil y complicada para evitar una intervención de la economía española. Rubalcaba desveló en su primer acto como candidato que Zapatero le confesó: "No nos puede pasar lo que le va a pasar a Grecia porque sería fatal para toda una generación de españoles. Ni me habló de votos. Ni de su futuro ni siquiera del PSOE. Sólo le preocupaba el futuro de España".

Sea más o menos acertada esta confesión, lo cierto es que aquella noche de mayo de 2010 fue el principio del fin y empezó a apagarse la estrella rutilante de este voluntarista y optimista antropológico que sorprendió con su "cambio tranquilo" a todos los barones en el congreso extraordinario de 2000.

Ya de poco valía el crédito que se ganó por ser el presidente que ha introducido los mayores avances sociales de nuestra historia, por sus leyes reformistas o por haber colocado a ETA en el momento de su máxima debilidad. Iniciaba su declive por su tibieza a la hora de afrontar la crisis con credibilidad. El Zapatero que negó e ignoró la crisis abrazó a los mercados, se alejó de los sindicatos, no supo explicar a sus votantes el drástico cambio en sus políticas sociales y la gestión de la crisis económica derivó también en una profunda crisis política en el PSOE cuyo primer reflejo quedó claro en la debacle electoral del 22 de mayo.

"Para entender lo que hago, tendrías que haber estado a mi lado aquella noche", comentó Zapatero a sus más estrechos colaboradores. Sólo los que le llaman José Luis saben lo que le costó emprender el cambio de rumbo económico más radical de un gobierno en España. Congeló las pensiones para 2011, suprimió el cheque-bebé, rebajó un 5% el sueldo a los funcionarios, impuso restricciones de las ayudas a los dependientes y un recorte de 6.400 millones en la inversión pública, lo que lastraría aún más la creación de empleo. Su impopularidad crecía con la misma rapidez que el descontento social.

La travesía por el desierto no había hecho más que empezar y Zapatero, que se esmeró en conservar la paz social como uno de sus principales valores, afrontó una huelga general por una reforma laboral que no contentó ni a sindicatos ni a empresarios en una España con casi cinco millones de parados. El voluntarista Zapatero empezaba a notar el alejamiento de sus bases ante la brutalidad del volantazo, distanciamiento que fue en aumento ante la oleada de improvisaciones y rectificaciones de su gobierno empujado por la vorágine de los mercados financieros y los nervios de sus socios europeos. Su incapacidad aumentaba proporcionalmente al acoso de los mercados. La situación puede resumirse en una frase apócrifa atribuida al presidente: "Íbamos a reformar los mercados y los mercados nos han reformado a nosotros". Zapatero había cambiado la fiesta minera de Rodiezmo por el FMI.

Luego vino la supresión de la ayuda de los 426 euros para los parados de larga duración sin otras prestaciones, la polémica reforma de las pensiones, la eliminación de las deducciones por la compra de una vivienda que más tarde rebajó del 8 al 4%, la subida del IVA... y un largo catálogo de medidas, iniciativas o reformas como la del sistema financiero que se han demostrado ineficaces por su demora en la aplicación. La última es la más célebre. El Gobierno había mantenido hasta el martes una frontal negativa a fijar el déficit en la Constitución, como ahora exigen Merkel y Sarkozy y antes pidió el propio Mariano Rajoy. Zapatero, en un ejercicio de responsabilidad o en su última opereta pública, anunció en el Congreso una reforma de la Carta Magna express soliviantando aún más a medio PSOE.

El presidente se convirtió en la diana de los numerosos medios de comunicación conservadores y pagó también su desafortunada política de comunicación. En sus ocho años de gobierno no supo tejar alianzas, regaló el espectro audiovisual y fueron varios los amiguetes que hicieron negocios multimillonarios al calor de La Moncloa. La izquierda, las bases socialdemócratas se quedaron también sin referencias en los medios que alimentaran sus almas, ya que los más próximos nunca compartieron su proyecto reformista. Y a nadie se le escapa que hoy los medios son un agente decisivo en la batalla política.

Pero si la gestión de la crisis y su capacidad para explicarla ha sido calamitosa, la gestión de la situación de su partido no ha sido más afortunada. En abril anunció que no sería candidato y su optimismo le volvió a traicionar cuando aseguró que intentaría agotar la legislatura confiado, contra toda evidencia, en que la economía mejoraría en septiembre. Otro espejismo que no tardó de romperse cuando antes de las vacaciones anunció que adelantaba las elecciones para el 20 de noviembre, una fecha nada casual. Antes también tuvo que tragarse el sapo de unas falsas primarias para situar a Rubalcaba como el candidato, inaugurando así una bicefalia impropia en su partido.

Hundiminto el 22-M

Este cambio de planes tuvo su origen en el hundimiento de los socialistas en las elecciones de mayo. Un clamor corrió entre las filas socialistas para que Zapatero no alargara su agonía y adelantara las elecciones. Rubalcaba necesitaba distanciarse de la gestión del presidente, a pesar de haber sido cómplice directo, para tratar de retomar un discurso propio de izquierda con la consolidación del Estado del Bienestar, sin recortes en la sanidad pública, en el gasto social o en educación. Tres pilares que corren riesgos de resquebrajarse si Rajoy acepta las tesis de José María Aznar de que el Estado del Bienestar es incompatible con la sociedad actual. Una idea, por cierto, compartida en una Europa de mayoría conservadora donde se apuesta por una contracción de los servicios públicos para mantener los grandes equilibrios macroeconómicos. Hasta el momento, Rajoy guarda silencio sin desvelar iniciativas concretas pues la pura inercia de los errores del zapaterismo lo ha situado en La Moncloa. Aún así, será difícil, gobierne quien gobierne, que no se produzcan a corto plazo recortes sociales para lograr esa estabilidad presupuestaria fijada ahora en la Constitución. Uno de los retos de la izquierda será, si gobiernan, explicar sin tapujos que unos grandes servicios sociales, públicos y universales requieren pagar unos determinados impuestos. Lo contrario sería ocultar la realidad.

El PSOE afronta, por tanto, su desafío más difícil pues si el PP obtiene la mayoría absoluta en España será el dueño de casi todo el poder político pues gobierna en casi todas las comunidades autónomas, en los principales ayuntamientos y diputaciones.

Con el paso del tiempo se conocerá mejor cuánto de culpa tiene Zapatero de la actual situación de España y de su propio partido; cuánto de culpa tiene la crisis económica y cuánto le corresponde también al partido. Es común entre los socialistas responsabilizar a tal o cual generación de los errores en la gestión de estos últimos cuatro años, pero todos han sido partícipes del naufragio. Zapatero contó en su sala de máquinas con figuras importantes de los gobiernos de Felipe González (Teresa de la Vega, José Bono, Pedro Solbes, Elena Salgado, Ramón Jáuregui, Manuel Chaves o el propio Rubalcaba) y también gobernó con los que iniciaron la aventura de la "Nueva Vía" (Jesús Caldera, Trinidad Jiménez, Juan Fernando López Aguilar, José Blanco, Jordi Sevilla...). No se trata por tanto de un problema entre generaciones ya que al liderazgo compartido que tanto gusta entre los socialistas deberían incluir el del fracaso compartido.

Y tienen suerte. El 80% de su electorado ha permanecido más o menos leal. Lo que no perdonan sus votantes es la fragilidad de cohesión en la construcción del discurso y en su explicación política. Sencillamente nadie ha explicado el sentido político de sus actuaciones. Durante demasiado tiempo el PSOE ha permanecido callado, temeroso, escondido de una sociedad que exigía respuestas. El miedo les paralizó debido a los innumerables errores pasados. Dejaron que la crisis y los mercados hablaran por ellos. Es el resultado de cambiar Rodiezmo por el FMI.