En estos días, nuestra sociedad se debate en la necesidad de reformar sin referéndum la Constitución, y en gravar más a los ricos como ayuda para salir de la crisis. Las veces que el Gobierno ha apuntado una subida fiscal a los poderosos, siempre ha aflorado la irritación en los grupos políticos de derecha y centroderecha, y ello pese a que se dijo por el propio Zapatero, que serían "medidas de carácter limitado y temporal", y que "el pequeño esfuerzo" exigido a los ciudadanos "serviría para mantener el nivel de protección social". El retoque fiscal a cargo de los ricos tan sólo se aplicó levemente con la subida de un 1% y 2% en las tarifas del IRPF, para las rentas más elevadas, y en un 1% a las de capital. Poca subida para un país que durante quince años ha destruido la posición de cordura fiscal que tenía, porque PP y PSOE han alentado la carrera de rebajas fiscales que hoy lamentamos.

Nuestra presión fiscal está por debajo de la media europea, el tipo máximo de IRPF es inferior al de la mayoría de los países occidentales, nuestros tipos del IVA son mediocres y los Impuestos sobre el tabaco, alcohol y carburantes son más bajos que los de otros países. La fiscalidad efectiva del Impuesto sobre Sociedades registra el nivel más bajo de la historia y se sitúa tan solo en el 10% del beneficio, debido a una selva de deducciones que permiten las maniobras fiscales de las grandes compañías; y lo que es peor, la distribución de la carga fiscal está absolutamente escorada sobre el trabajo, de modo que las rentas del capital, las plusvalías, las sicav y las grandes entidades viven sumergidas en una fiscalidad light, como si de un paraíso fiscal se tratara. Mientras, los trabajadores con sueldos mediocres sostienen la progresividad fiscal y las estrellas del futbol que perciben millones de euros, como si de confetis se tratara, se benefician de una fiscalidad favorable. En este mundo globalizado, el desempleo campa por sus fueros, y durante la recesión, las rentas de los grandes directivos han pasado de 40 a 400 veces el salario medio.

En otros países, los millonarios han tirado de las orejas a sus respectivos gobiernos, y les han sugerido que les aumenten los impuestos porque quieren contribuir a salir de la crisis. Incluso, como hizo el filántropo americano Warren Buffet, al que le duele pagar, proporcionalmente, un tipo de gravamen mucho menor que el que soportan sus empleados. Su iniciativa ha sido seguida por 16 millonarios franceses, que liderados por Bettencourt, la dueña de L'Oreal, han pedido a Sarkozy que les suba los impuestos para ayudar al Estado. En Alemania, en otro arrebato de generosidad, 50 magnates, en el documento "Ricos por una tasa para los ricos", exigen para sí una mayor fiscalidad. "Es una vergüenza la situación política a la que hemos llegado. Somos los ricos los que pedimos pagar más impuestos, ya que los políticos no hacen su trabajo", afirma Dieter Lehmkuhl, impulsor de la propuesta.

Así las cosas, son muchos los gobiernos que para salir de la crisis han elevado tipos impositivos, establecen impuestos solidarios a los que obtienen mayores rentas o recuperan figuras tributarias que duermen en el baúl de los recuerdos. Es el caso de EE UU, Irlanda, Grecia, Francia, Italia, Portugal, Reino Unido, y otros muchos países. No basta con la austeridad en el gasto, también se han de mejorar los ingresos fiscales, muy especialmente, gravando a los que menos daño causa. Exigirles una mayor cuota permitirá distribuir mejor los costes de la crisis, hasta ahora soportados únicamente por los más humildes. Elevar algo los impuestos a los ricos no recortará su demanda ya que, pese a la crisis, cuentan con un amplio remanente entre sus ingresos y gastos. En esta situación, es de sentido común emplear los dos instrumentos de la política fiscal: el gasto público y los impuestos, especialmente, desarrollando los impuestos progresivos, como dicta la Constitución.

Resulta sorprendente que entre las últimas medidas de ajuste aprobadas, no aparezca la reforma y resurrección del Impuesto sobre el Patrimonio como había sugerido la ministra Salgado, y como se está haciendo en otros países con gobiernos de derecha y centro derecha. Que un gobierno, como el actual, que se declara de izquierdas y progresista, suprima tal medida deja estupefacto al más pintado, aunque haya dejado esta decisión para que la enarbole el candidato Rubalcaba, como parece. De ser así, el impuesto solidario sobre las rentas y riqueza a los más ricos, sería un brindis al sol, porque, mucho ha de llover para que en la próxima legislatura gobierne el PSOE. Mientras tanto, Rajoy calla, y su lugarteniente Cospedal, opina que gravar más al capital es una torpeza, porque "las grandes fortunas no pagan impuestos" -aleccionador-, y excluye la posibilidad de obrar como lo están haciendo los gobiernos de sus colegas franceses y alemanes.

Mantener la fiscalidad actual en el futuro, supondría, que el peso fiscal de este país siga gravitando sobre el trabajo, mientras sestea en el limbo fiscal el capital. Lo prueban los últimos datos sobre recaudación fiscal, que se encuentra estancada. Peter Duane ironizó "una de las cosas más extrañas de la vida es que los pobres, que son los que más necesitan el dinero, son precisamente aquellos que nunca lo tienen" ¿Cómo vamos a pedirles que tributen más?