Dos Anas. Dos periodistas. Ana Pastor y Ana Rosa Quintana. Dos mundos. Las dos recibirán hoy en Vitoria reconocimiento en el FesTVal. Ana Pastor, el premio Pasión de Críticos. Ana Rosa, el de la dirección del festival de televisión por su trayectoria. Una representa una cosa, el periodismo de primera fila, el que se niega a ser un mero juguete roto en manos de los partidos políticos, el periodismo que se planta y quiere saber lo que el portavoz, el diputado, el alcalde, o las presidentas de Comunidad tratan de no revelar, de enmascarar con soflamas, creyendo que la periodista está ahí para servirles, para ser una mera muñequita que airee sus logros, pero que no sea tan osada como para levantar la esquina de la alfombra para ver qué hay debajo. Ana Pastor lo hace así, y por eso, como aquí escribíamos hace unos días, con el previsible vuelco electoral, el PP, con una desvergonzada desfachatez, tiene pensado cortarle la voz, la independencia.

Ana Rosa Quintana también es periodista. Pero lo suyo es la venta de otro bacalao. El suyo es un gazpacho indigesto que nada tiene que ver con la dignidad. Lo suyo es hacer de la noticia espectáculo, unas veces creándola en falso, eligiendo de la realidad lo más sucio y primario, siempre en la cresta de la ola más sensacionalista, otras, como vemos en su programa diario, dedicando minutos y minutos a una realidad fabricada por la propia cadena, haciéndose eco de la ruindad más repelente, interesándose por personajes de quita y pon, entrando al juego de una corrupción informativa que no tiene límites. Es buena en lo suyo, sin duda, y por eso la premian, y por eso su trayectoria es brillante en ese muladar en el que tan bien se maneja. Como una reina. Pero me quedo con la otra Ana.