Al hilo de la noticia publicada en el día de ayer en INFORMACIÓN, referente a la presencia de numerosas balsas de aguas fecales en las proximidades de la desembocadura del río Seco, en El Campello, cabe preguntarse cómo es posible que, a estas alturas de la vida, y sabiendo lo que sabemos, continuemos permitiendo la perpetuación de unos métodos de eliminación de aguas fecales e industriales de una forma tan disparatada e inadecuada a nuestro tiempo y necesidades.

Sorprende que solo se alce el clamor de protesta de los ciudadanos cuando un accidente mecánico, o un error humano, provoca el vertido de aguas fecales en un lugar visible y próximo, cuando la realidad es que permanentemente se produce el vertido de miles de metros cúbicos de aguas contaminadas a nuestro mar. Nos conformamos con no ver, felices por alejar de nuestros ojos la inmundicia y los malos olores del agua contaminada por nuestros hogares e industrias. Como prueba de ello, basta contemplar la conformidad y contento del vecindario de la Albufereta cuando se gestionó que los vertidos contaminantes se alejaran de la costa unos pocos miles de metros, pasando de los 400 iniciales, a apenas tres mil más lejos. Los miles de metros cúbicos de agua contaminada por todo tipo de metales pesados, productos químicos del hogar y de la industria, siguen siendo los mismos, el daño a nuestro ecosistema marino idéntico. También es igual el deterioro de las aguas en donde se alimentan los peces y mariscos que luego comemos, felices, bajo la aparente protección del acreditado eslogan de "pescado de la bahía".

Somos un país que vive del turismo, y dentro de él nuestra Comunidad es una de las más dependientes de la riqueza que se genera con la presencia masiva de millones de turistas cada año en nuestras costas. Y pese a ello, seguimos sin darnos cuenta que "estamos matando a la gallina de los huevos de oro" al soslayar la enorme e imprescindible trascendencia de ofertar a nuestros visitantes y turistas una calidad optima del medio ambiente que vienen a disfrutar: el mar. No demasiado lejos de nuestra costa, en Baleares, por ejemplo, el mar, nuestro mismo mar Mediterráneo, el mismo, no otro, ofrece aguas muy diferentes en calidad y aspecto. Pero aquí nosotros seguimos sin exigir a nuestras administraciones que el agua residual de ciudades o industrias sea efectivamente tratada y depurada, y consecuentemente con esa nula exigencia, nuestros administradores, más preocupados por la inmediatez de lo que sí se ve, perpetúan un sistema de depuradoras obsoleto e incapaz de reaprovechar el agua residual para otros fines, como el regadío de los campos de golf, el uso agrícola o el riego de nuestras calles. Las depuradoras, superadas por la avalancha humana de los veranos y tecnológicamente mal diseñadas, son incapaces de eliminar, ni siquiera por decantación, los lodos acumulados en sus insuficientes embalses y piscinas de depuración, viéndose obligados a arrojar al mar miles de metros cúbicos de aguas fecales, repletas no solo de desechos humanos, sino también de enormes cantidades de productos químicos, sin ningún tratamiento o depuración.

Cuando las algas inundan las playas, los usuarios claman erróneamente contra sus ayuntamientos que, movidos por ello, dedican ingentes cantidades de dinero para retirarlas de la orilla, pero cuando el agua aparece tan turbia que apenas puede el bañista verse los pies bajo el agua, el comentario siempre es el mismo: "Ha habido temporal" o bien el consabido "donde cubre está más clara". Pues no, el agua está sucia. Debemos ser capaces de llamar a las cosas por su nombre y exigir que, antes de que nos abandone un turismo del que dependen muchísimos miles de puestos de trabajo, el agua de nuestras costas vuelva a ser limpia, como lo es en otros lugares de nuestro entorno.

Podemos vivir en la falacia de que nuestras costas son limpias y nuestras playas objeto del reconocimiento internacional simplemente por la otorgación de una bandera azul, pero la verdad es que esas famosas banderas no incluyen una medición rigurosa e independiente de la calidad y trasparencia de sus aguas y se limitan a la verificación de la existencia de determinados servicios; papeleras, vigilantes, etcétera, y otros parámetros tan anticientíficos como la retirada de las algas de la orilla.

Más y mejores depuradoras es lo que necesitamos, para que nuestra alimentación y la de nuestros hijos sea mejor, para que lo sea también nuestra salud y nuestro espíritu y así poder conservar la riqueza y el patrimonio que genera nuestra principal industria y, con ello, nuestros empleos, que con la que está cayendo no es poca cosa.