No voy a referirme a los trajes que han acabado con la vida política, eso parece, del ya expresidente de la Generalitat Valenciana. El asunto está muy manido, tanto que desprende un tufillo nada grato. Dejémoslo y hablemos de ese otro traje que durante ocho años han estado confeccionándole al líder de la oposición actual, y quién sabe si también futura, para que lo estrene en su debut palaciego, si los esquivos hados se muestran favorables por esta vez. Pese a la idoneidad del modelo el sastre no se ha lucido, ni poco, ni mucho. Se ha olvidado de algunas agujas en las mangas y el relleno de las hombreras ha de producirle pruritos al cliente. Esto no quiere decir que el profesional de la costura haya realizado su trabajo manga por hombro, pero casi. El peligro está en que el destinatario de la pieza no se encuentre a gusto y efectúe movimientos inestables, repetitivos, de incomodidad manifiesta, como tiene por costumbre.

Veamos. Al presidente, a nivel nacional, del Partido Popular, le encanta aparecer en la televisión mostrando su peculiar sonrisa lo cual está muy bien, pero se da el caso que ninguno de sus consejeros de imagen le advierte -o él no hace caso que también puede ser- de lo mal que le quedan los movimientos de sorpresa en el fondo de sus ojos que, inquietos, bailan sin el ritmo de la música. Tal es el problema y tanto le afecta que no acierta a leer los escritos de propia mano que han de acompañar su discurso. Denota escasa preparación para hacer frente a la ironía de los periodistas y poca facilidad para cambiar sobre la marcha el temario elegido para el debate. Hace unos días, una vez más y ya son tropecientas, advierte al pueblo español de los peligros que le acechan y tal es su entusiasmo cuando encarrila la crítica a los gobernantes que no perfila bien el mensaje que puede ser contradictorio. "España es un país solvente, pero necesita un cambio". Su pensamiento, sin duda, iba por otras trochas. Si somos solventes no necesitamos cambiar, pero mucho peor estaríamos si fuéramos insolventes. Las moscas no se pueden atar por el rabo y el líder popular, si le privan de citar a Zapatero y pedir elecciones, tropieza con el resto del vocabulario. Quien ha visto esta notoria incapacidad para el debate parlamentario ha sido el incisivo y acertado Peridis que en su columna del diario El País nos presenta al líder popular acostado en su sofá con su puro en la boca, lanzando una exclamación que refleja su estado de ánimo: "Se me va a pasar el arroz". Cuando el arroz se pasa, no hay mejor recurso que el huevo frito.

Otra muestra de las excesivas dimensiones del traje confeccionado para una ansiada puesta de largo, nos las ofrece el destinatario de la elegante prenda al designar a su más capacitado negociador para ofrecer al president de la Generalitat un "embolao" que el dimisionario supo ver en toda su extensión. El negociador "alicantino", triunfador en todas las confrontaciones electorales, representante de nuestra provincia, recibe la orden -¿de quién saldría la idea?- de convencer al molt honorable que acepte la culpabilidad, pague el importe de la multa y siga gobernando. La cuadratura del círculo. El valenciano a estas alturas no se fía de nadie y como es buen militante renuncia, se arrepiente, vuelve a renunciar y finalmente dice no que se va a casa a medias porque es inocente. ¿A medias también? Ya se verá en otoño.

Los consejeros áulicos del presidente popular trabajan a destajo y mal, lo están convirtiendo en un autómata que solo hace gestos y al que han dotado de un número muy escaso de palabras para el destino elegido. Al expresidente valenciano de nada le ha servido el respaldo del gallego. Por poco no se ha hundido en la renuncia a la esperanza. A él, al margen de pagos y facturas, los trajes le sientan muy bien, con trabillas italianas incluidas, pero a su jefe de filas los sastres han trabajado con medidas desmesuradas y si algún día llega a vestir ese modelo podremos comprobar si realmente le viene grande o no.