Hace muchos años me sorprendió una cita en un libro sobre alternativas en materia de educación titulado La escuela ha muerto. Decía lo siguiente: "Mi abuela quiso que yo tuviera una educación; por eso no me mandó a la escuela" (Margaret Mead). El libro se centraba en cuatro funciones sociales de todo tipo de escuela en cualquier nivel: la del cuidado o custodia de los niños, la de selección o cribado social, la doctrinaria o enseñanza de valores y, la más importante, la educativa, que se ocupa del desarrollo de habilidades y conocimientos, es decir, de la adquisición de los contenidos curriculares por niveles. Estas funciones continúan, básicamente, teniendo su validez en la actualidad y enmarcan de alguna manera el presente artículo.

Recientemente la prensa viene ocupándose de la educación de las élites. Sinceramente no creo que nos encontremos en el momento idóneo para centrar nuestras energías en la educación de las élites españolas, sino más bien en la identificación y puesta en práctica de estrategias conducentes a paliar el alto índice de fracaso escolar y el abandono prematuro sin haber conseguido la titulación de graduado en ESO. Si siempre he creído que los estudiantes aprenden a pesar de los profesores y sus métodos, con más razón creo que aquellos que poseen altas capacidades intelectuales también triunfarán aun cuando el sistema, siempre supeditado a múltiples limitaciones, no les ofrezca todas las posibilidades para su desarrollo. Existe una larga tradición de educación de las élites que se remonta al Siglo de Oro de Grecia, siendo los sofistas los primeros maestros pagados que persiguen la formación, con fines prácticos, de alumnos brillantes con el fin de ocupar puestos clave en lo público y en el comercio. Esa tradición llega hasta nuestros días con la proliferación de universidades elitistas para alumnos con altas capacidades, sobre todo extranjeras, que no hace falta nombrar ya que están en la mente de todos. Recuerdo que hace unos años, en los albores de la implantación de la LOGSE, un inspector de educación me preguntó si me parecía políticamente correcto premiar a los mejores alumnos al finalizar el curso, dejando en clara evidencia a los que no eran tan buenos. Dejo la pregunta en el aire.

En cuanto a las prioridades en este país, en el que la educación también se ha visto afectada por los recortes presupuestarios de la crisis en la que aún estamos inmersos, son las que son, y a nadie le preocupa demasiado que la formación excelente de cinco mil estudiantes venga a costar la mitad del fichaje de cualquier futbolista famoso, ya que las prioridades del MEC y de la mayoría de consejerías de Educación son, o al menos deberían ser, otras, si es que realmente queremos mejorar los resultados en evaluaciones como las de PISA.

Por otra parte, nuestra posición, desastrosa, en el ranking educativo es consecuencia directa, admitámoslo, de las políticas educativas de hace muchos años. Esto tampoco parece importarle a nadie, ya que la atención está más centrada en los mercados financieros. Nuestra sociedad, así pues, se ha acostumbrado a convivir no sólo con enfermedades nuevas, como el Alzheimer, sino con estigmas como el fracaso escolar, el abandono prematuro, los resultados negativos en evaluaciones externas y diagnósticas, etcétera. De este modo, las familias con hijos en edad escolar parecen vivir desencantadas, a la espera de que el próximo gobierno realice el milagro que no llega a producirse; así, delegan las funciones que le corresponden en la escuela porque en el fondo les aterra esa responsabilidad y no quieren asumirla, si es que alguna vez este problema les ha quitado el sueño. No ha de resultar extraño, por tanto, el hecho de que la Iglesia, en muchos casos, asuma el papel de la familia en este campo educativo, con lo cual los padres quedan liberados de una carga que les resulta molesta o con la que no saben qué hacer exactamente. A nadie debe sorprender tampoco que muchos padres confíen más en la Iglesia que en el Estado cuando se trata de la educación. Quizás identifican en la Iglesia una solidez multisecular que no captan en las leyes educativas que los gobiernos sucesivos les ofrecen. Continuará.